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Mi último artículo, en el que cuestioné los modales de Fernando Tejero, tuvo ciertos comentarios en Facebook que me sorprendieron. Y no precisamente porque me dorasen la píldora. Me compararon con personajes de la categoría de Álvaro Ojeda o Salvador Sostres, lo que siempre soñé (nótese la ironía) y me dedicaron el simpático calificativo de “obrero liberal de la Granja” (de La Granja y a mucha honra, por cierto). ¿A qué debí el honor de recibir tales perlas? ¿Por qué en un artículo en el que no critiqué las inclinaciones políticas de nadie algunos de los buenos lectores de este periódico dieron por hecho que tengo una inclinación política determinada? Quizá esté equivocado, pero puede deberse a que cuestioné las formas de un personaje público simpatizante de Podemos. Y me parece, con todos mis respetos, atrevido. Dejo en el aire una pregunta: ¿qué hubiera pasado si Bertín Osborne, personaje amantísimo por la izquierda de nuestro país (de nuevo recurro a la ironía), hubiese puesto un tuit como éste?: “A ver si me explico: soy presentador, taurino, apoyo al PP y los que me falten al respeto que me coman el rabo”. Dejo constancia, que no quepa la menor duda, de que agradezco recibir todo tipo de opiniones. En este caso concreto, han sido muy inspiradoras.

Terminada esta larga introducción, empezaré diciendo que la forma en la que se simplifica la política me parece preocupante: izquierda buena, derecha mala; si eres de izquierdas eres un perroflauta, si eres de derechas eres un facha; si hablan mal de mi partido están difamando, si hablan mal de tu partido están diciendo la verdad; mi partido habrá hecho “x” pero tu partido ha hecho “y”. Lo que se llama, desde mi punto de vista, poner etiquetas a lo fácil. Sinceramente, el votante medio cada día me recuerda más al hincha de un equipo de fútbol: de mi equipo a muerte, gane o pierda, haga lo que haga. Del equipo rival, enemigo y crítico acérrimo.

A través de una opinión aislada, un analista político de primer nivel (cualquier hijo de vecino, visto lo visto) determinará si eres de izquierdas o de derechas y lo hará con un margen de acierto del 99,99% (nadie es perfecto). Voy a poner un sencillísimo ejemplo: si te expresas a favor de las bodas y las adopciones entre parejas homosexuales, eres de izquierdas; si consideras innecesario y costoso cambiar el nombre de calles o monumentos franquistas que llevan ya décadas erigidos y forman parte del callejero de tu ciudad, eres de derechas. ¿Qué ocurre cuando en tu mente conviven ambas ideas? ¿Qué eres? ¿Un facha de izquierdas? ¿Un progre de derechas? ¿Un perrofacha? ¿Un fachaflauta? Menudo lío.

Tener ideas políticas (o politizadas) complejas no parece estar bien visto: tienes que estar al 100% con una ideología o un partido político, de lo contrario serás juzgado por dedos acusadores con el poder de la verdad absoluta. Tienes que verlo o todo blanco o todo negro, ni gama de grises ni hostias. O de izquierdas o de derechas. No más.

Sensatez, por favor. Da igual que se vote al rojo o al azul, al naranja o al morado, al final los que siempre acabamos perdiendo somos los mismos: los votantes. Y visto lo visto, en el 26J tenemos opciones maravillosas. Tan maravillosas como elegir entre meter los pies en ácido sulfúrico o introducir las manos en lava volcánica. Tal y como están las cosas, dejándome de sarcasmos, ninguna formación ni coalición política va a hacer nada bueno por el país y seguiremos bien jodidos. Lo digo desde la desesperanza; por suerte o por desgracia, ninguna promesa electoral me parece un estímulo.

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