Imagen de la tumba del galés Glyndwr Michael, más conocido como el Mayor William Martin, ubicada en el cementerio de Huelva.
Imagen de la tumba del galés Glyndwr Michael, más conocido como el Mayor William Martin, ubicada en el cementerio de Huelva.

La inteligencia operacional como vía para llevar a cabo acciones militares sin precedentes, la necesidad de mantener neutral a España y la celeridad en poner fin al sufrimiento interminable de todo un continente; en un contexto tan inestable, convulso y decisivo como es el de la Segunda Guerra Mundial. Una ciudad humilde del suroeste peninsular sería el escenario perfecto para la confabulación en torno a un cadáver misterioso, unos documentos hallados con información de alto secreto y una invasión incierta que sería protagonizada por alguien cuyo cometido era cambiar el curso de la Segunda Guerra Mundial, de la historia y de nuestra vida para siempre: el hombre que nunca existió.

Nadie se imaginaría que una sociedad como la nuestra, bien entrada en el siglo XXI y todavía sumida en una crisis económica y social derivada de la sanitaria originada por el covid-19, tuviera que volver a verse en la necesidad de consolidar y velar por los fundamentos democráticos básicos que la sustentan. Quizá llegamos a pensar que los derechos, una vez son adquiridos, ya no se pueden perder; o que la democracia seguiría siendo tan fuerte que no precisaría de nuestra intervención ni protección. Ahora que parece que estamos volviendo a otra época, que las amenazas están a la orden del día, la desconfianza en las instituciones democráticas inunda a la ciudadanía y que el escepticismo se apodera de tantas mentes que se cuestionan e incluso niegan el cambio climático, la pandemia o la convivencia política en general, sería un buen momento para recordar de dónde venimos y de lo fácil que sería volver a terribles coyunturas de las que tanto nos costó salir.

Para explicar cómo conseguimos superar determinadas etapas que nos condujeron hasta donde nos encontramos en la actualidad, podríamos remontarnos a numerosos capítulos de nuestra historia reciente; no obstante y haciendo honor al 78 aniversario de una fecha clave para la consecución de la democracia, resulta necesario detenerse en una de las maniobras que contribuyeron a la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y, por consiguiente, a la caída de los regímenes totalitarios que proliferaban en gran parte del continente europeo.

Corría el año 1943 y el panorama internacional se hallaba inmerso en una contienda mundial que azotaba nuestro continente sin piedad y con devastadoras consecuencias. Los alemanes no se rendían y los británicos, pese a disponer de mayor terreno y apoyo, comenzaban a sentirse sofocados por seguir lidiando con lo que parecía un enfrentamiento interminable. Fue entonces cuando, aprovechando la ventaja y la creciente expansión aliada, los ingleses confabularon el plan definitivo para debilitar al frente alemán: la Operación Mincemeat (Operación Carne Picada). Se trataba de un plan de engaño británico elaborado por Ewen Montagu y Charles Cholmondeley y ejecutado durante la contienda con el fin de convencer al alto mando de las fuerzas armadas alemanas (OKW) de que los aliados pretendían invadir centro-Europa ocupando primero los Balcanes y Cerdeña, en lugar de entrar por Sicilia, que era el punto de avance clave y el objetivo real para desarticular el dominio nazi en el viejo continente. La confabulación consistía en que los alemanes creyeran que, por accidente, habían interceptado documentos oficiales secretos con detalles de las operaciones de los aliados a través de un supuesto oficial inglés que, portador de un secreto militar resguardado en un maletín, sufriera un accidente aéreo y, tras caer al mar, tropezara con una muerte fortuita causada por ahogamiento.

A pesar de no estar involucrada directamente en la guerra, España se constituyó como el país más propicio para llevar a cabo la trama, debido a su distinguida y descarada predilección por las Potencias del Eje y por las buenas relaciones existentes entre el régimen franquista y el régimen nazi. La costa de Huelva, a su vez, se presentaba como el área más favorable para que se produjera el hallazgo: sus pueblos junto al mar tenían pocos habitantes que se conocían entre sí (en especial, el municipio marinero de Punta Umbría) y, seguramente, el descubrimiento de un forastero aparecido muerto en sus playas sería puesto de inmediato en conocimiento de las autoridades locales, lo que con gran probabilidad trascendería a nivel nacional e internacional hasta llegar hasta el alto mando alemán (OKW). Además, era ampliamente notable y conocida la presencia de numerosos espías alemanes e ingleses que se controlaban entre sí, así como la gran influencia de la Abwher en la capital onubense, con un consulado alemán actualizado y concentrado y con la gestión de Adolf Clauss, uno de los espías alemanes más importantes y creíbles de todo el sur de Europa.

Finalmente, se decidió que el cadáver del falso oficial británico fuera el de Glyndwr Michael, joven minero galés fallecido a la temprana edad de 34 años debido a la ingestión de un matarratas en las frías calles de Londres; y que, tras una apariencia, una personalidad y una historia minuciosamente conformadas, partiese de la gran isla británica rumbo a las soleadas costas onubenses el 19 de abril de 1943, bajo el cargo de Oficial de la Marina Real británica (The Royal Navy) y el nombre de William Martin.

Gracias al hombre que nunca existió, el engaño funcionó y los alemanes se tragaron toda la ‘carne picada’. Se abría paso, sin precedente similar, la inteligencia operacional. Tras el desarrollo de los acontecimientos y habiendo transcurrido tres meses más de preparación, la operación resultó todo un éxito: los alemanes dividieron sus fuerzas y la invasión de Sicilia se efectuó sin grandes complicaciones, lo que sin duda mejoró la posición internacional inglesa en la conflagración y supuso el avance decisivo en el camino a la victoria aliada.

La Segunda Guerra Mundial ha sido el conflicto bélico de mayor magnitud y capacidad de destrucción de la historia de la humanidad y se caracterizó por la hecatombe demográfica y las destrucciones materiales que produjo. Sin embargo y a pesar de la devastación, la desolación y las heridas que nunca llegaron a cicatrizar con el paso del tiempo, también supuso una esperanza para todos aquellos que ansiaban cambiar el mundo y romper con lo establecido hasta el momento. El fin de la contienda constituyó un importante punto de inflexión en la cronología (la mayoría de los regímenes totalitarios que reinaban en Europa, como el nazismo y el fascismo, cayeron, perdiendo toda su popularidad y credibilidad ante la inminente instauración de la democracia) y logró confeccionar el diseño de un nuevo orden mundial que, en parte, aún conservamos hasta nuestros días.

La falsa neutralidad de España durante la contienda, así como la localización, el puerto y el espionaje existente entre ambos bandos en Huelva se constituyeron en perfecta sintonía para efectuar una de las mayores maniobras secretas jamás realizada en la que un soldado desconocido -porque nunca existió- consiguió desviar la atención de todo un bloque beligerante, convirtiéndose en el verdadero protagonista de la época y en el encargado de cambiar el curso de la guerra y de la historia en su conjunto. Por ello, la Operación Mincemeat no sólo facilitó la invasión de Sicilia o favoreció que el bloque de los aliados ganara la guerra; también contribuyó a erradicar las posturas e ideologías discriminatorias dominantes, caracterizadas por la xenofobia, el segregacionismo y el elitismo que tantos perjuicios y atrocidades habían causado. España, pese a haber colaborado colateralmente a la consecución de estos logros, se mantuvo como una de las excepciones a esta armonización democrática, aislándose durante décadas debido al régimen dictatorial y caduco encarnado en Francisco Franco y finalizado con su deceso. No obstante, las corrientes democráticas que ya inundaban la Europa occidental influirían inevitablemente en la Transición española y en el ímpetu de dejar atrás los que fueron cuarenta años de represión, censura y atraso en nuestro país.

Sin llegar a saberlo nunca, William Martin, el Hombre que nunca existió (en inglés, The Man Who Never Was), nos dejó una lección histórica aquel 30 de abril de 1943: en un contexto marcado por la coacción, la amenaza y la imposición de determinados ideales mediante la fuerza, la inteligencia, el diálogo cívico y la cohesión social marcarán la diferencia, el progreso y el futuro. Además, nos alerta de la importancia de sanar heridas para cuidar de nuestra memoria histórica y tener presente que la democracia ni se preserva ni se mantiene si dejamos de nutrirla y acompañarla. Por ello, ahora nos corresponde a nosotras y a nosotros, los espectadores del pasado, los habitantes del presente y los escritores del futuro, ser los encargados de recordar, admirar y ensalzar la figura de Glyndwr Michael —que sí existió— como lo que fue: un redentor para la historia y un héroe para la humanidad.

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