Non serviam

La ciencia nos ha permitido poner parches a un barco que, tarde o temprano, está condenado a naufragar

Foto busto

Filólogo, autor de varios libros de poesía

La actriz Bibiana Fernández, ingresada en el hospital tras pasar por el quirófano. INSTAGRAM
La actriz Bibiana Fernández, ingresada en el hospital tras pasar por el quirófano. INSTAGRAM

“Hay que aceptar la edad que uno tiene”. “La gente no asume el paso del tiempo”. Estos son algunos de los mantras que oigo decir a mucha gente. Siempre que algún famosete sale en la tele diciendo que se ha hecho un nuevo retoque estético, aflora algún dichoso comentario tipo: “Hay que aceptar el paso del tiempo”. Y, por un lado, es verdad que veo una frivolidad entrar en un quirófano para aumentarte el pecho o para alisar tus arrugas. Es cierto: hay muchos riesgos cuando uno se enfrenta a una operación. Y no ya por la intervención en sí, cosa evidente, sino por los posibles virus o bacterias que pueden atacar tu organismo mientras tú, ajeno a todo, dejas tu cuerpo en manos de la ciencia. Hasta aquí estamos de acuerdo.

Pero, por otro lado, no me queda otra que llevarle la contraria a aquellos que afirman que debemos acatar los dictados de la naturaleza. Yo, en su lugar, digo rotundamente: no hay que aceptar la edad que uno tiene. O, mejor dicho, no hay que dejarse modelar por las fauces de ese padre horrible –que le quiten la custodia ya–, el tiempo. No olvidemos: él es el que provoca que la posibilidad de contraer un cáncer aumente exponencialmente a partir de cierta edad. Es un mecanismo del cuerpo para decir: “C’est fini, ya no eres joven: no cuentes con mi apoyo”.

En el fondo, esto de que vivamos hasta los 80 es una anomalía. Para poder llegar, de hecho, a esa edad son muy pocos los que no han tenido que pasar antes por varios sustos. La ciencia nos ha permitido poner parches a un barco que, tarde o temprano, está condenado a naufragar. Esos parches son, por tanto, una anomalía, sí. Una bella anomalía. Hay poesía en esos parches, tan humanos, adhiriéndose a la piel del barco para evitar que naufrague y permitir que siga navegando; ese viaje, de alguna forma, lo está promoviendo, lo está impulsando el esfuerzo que el ser humano ha hecho a lo largo de los siglos para hacer frente a la muerte. Porque eso es el ser humano: un pobre simio desprovisto de fuerza, aterido, solo, inerme ante la inmensidad del mundo y sin una piel siquiera cubierta por sólidas escamas o un vello híspido que lo proteja de las inclemencias del tiempo. Es solo un pobre ser, desnudo, que con su inteligencia ha sido capaz de enfrentarse, tratando de imponer sus propias leyes –mesuradas, justas–, a las leyes de esa terca dictadura: la naturaleza. 

Hay gente que se opera, sí, y hay hombres que se pinchan testosterona para volver a ser esos tipos fogosos, fuertes, seguros, con ganas de vivir que fueron en su otra vida, antes de la vejez; y mujeres que se pinchan estrógenos porque quieren volver a sentir esa hiedra del deseo y desprenderse de esos molestos regalos que les dejó la menopausia. En definitiva, buscan recuperar lo que han perdido en el saqueo al que el tiempo ha sometido a su identidad, que ha quedado adelgazada, tiritando de frío, a la espera de que nuestra inteligencia le diga lo que siempre le ha dicho al tiempo, al mundo, a todo: “Tú, devuélveme lo que es mío. Aquí las normas –ya lo sabes– las impongo yo”.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído