Yo, de pequeño, escuchaba que en verano hacía calor y en invierno, frío. En mi casa, el más tonto arreglaba aviones. A mí, de pequeño, como hiciera calor, no me dejaban bajar lo menos hasta las siete de la tarde, cuando sombreaban los árboles la plaza donde jugábamos y donde los chiquillos podíamos jugar sin el peligro de que algún salvaje se cruzara en patinete eléctrico o algún sádico hijo de puta se quisiera llevar a un niño al menor descuido de sus padres.
Pero, a lo que iba. Antes lo de la ola de calor no se escuchaba. Se escuchaba que iba a hacer calor y que de tal día a tal día se iban a superar los 40º, y que de noche iba a hacer más calor que en la comunión de Lawrence de Arabia, pero lo de la ola de calor, pues no. Pero es que ahora, a las subidas de temperatura durante el verano, les ponen unos nombres que te tienes que descojonar: "latigazo térmico", "lengua de calor", que suena a película para adultos con menos vestuario que un documental de pingüinos y argumento al libre albedrío.
Pero es que el invierno tampoco se libra. Desde la "nortada" a la "nevada vengadora", los meteorólogos se estrujan el cerebro que es un gusto. No sé si esta tendencia de fin del mundo viene dada por los tiempos convulsos que contagian al personal, o es que quien bautiza a las borrascas se fuma cuatro petas mientras escucha Leticia Sabater. Ya me imagino alguna página web, pongamos por caso www.agüitapaloscalvos.es, con los coscales delante del ordenador, dándole a la maría: "Quillo, Jose Luis, mira lo que viene por el Atlántico. Eso entra por Sanlúcar, fijo. ¿Digo que viene una langostinada que pondrá en alerta a seis provincias de Andalucía". Y el otro mirando por la ventana con media sonrisa: "¿Una langostinada, Paco? Está bueno. Dale ahí. ¿Otro porro? Enga".
Virgen Santa.
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