No pongas tus sucias manos sobre Fučík

Los periodistas estamos, pues a las puertas de la celebración de nuestro día en medio de un mundo raro que nos lo pone más y más difícil

05 de septiembre de 2025 a las 10:19h
Un periodista en Gaza.
Un periodista en Gaza.

El lunes que viene se celebra como cada año el día internacional del periodista. La fecha se fijó en conmemoración de Julius Fučík, ejecutado por los nazis el 8 de septiembre de 1943. El periodista checo fue apresado por la Gestapo, trasladado a Berlín desde su Praga natal, encarcelado y asesinado. Cuando el ejército alemán ocupó Checoslovaquia, continuó publicando con seudónimo hasta su detención. En prisión escribió un conjunto de piezas que fueron publicadas tras su muerte bajo el ilustrativo título de Reportaje al pie de la horca. La obra ha sido traducida a más de noventa idiomas y se convirtió en un doble símbolo: para la reivindicación de la profesión y contra la barbarie del fascismo.

Los periodistas estamos, pues a las puertas de la celebración de nuestro día, en medio de un mundo raro que nos lo pone más y más difícil. Sobrepasan los dos centenares los compañeros asesinados en el infierno de Gaza. La prensa es objetivo declarado de guerra. Y lo es por lo mismo de siempre, aunque cada vez desgarre más. Temen a aquellos cuyo trabajo consiste en contar la verdad, en airear atrocidades, en capturar disparos con un micrófono, en retratar la miseria humana. En fotografiar los ojos de la nada de un niño gazatí. Temen lo que podemos hacer. El poder nunca quiso testigos.

Desde que los reporteros y corresponsales destinados a cubrir esta limpieza étnica son conscientes de la diana sobre sus cabezas, han comenzado a escribir cartas de despedida. Es ya una triste costumbre propia de los condenados a muerte. En sus reportajes al pie de la horca hay muchos mensajes de amor para los suyos como es lógico, también firmeza, determinación y una entereza envidiable que probablemente el papel resista mejor que la voz quebradiza. Y en todos sus “últimos reportajes” hay otra constante: la seguridad plena de que si volvieran atrás escogerían de nuevo la profesión de periodistas. Jamás hubo declaración de amor más bella a un oficio que la que se hace al pie de la horca.

En un mundo desnaturalizado y perverso en el que vándalos y fascistas de nuevo cuño enarbolan la bandera de un falso periodismo para amparar bulos y desinformación, otros se juegan la vida en infiernos como la masacrada Palestina. Eso tenemos cuando se acerca el 8 de septiembre: a una profesión que sangra con heridas de varias trayectorias. Por fortuna, hay quienes se entregan hasta el final; un final que, por desgracia, deciden criminales mandatarios extranjeros con mucha pasta. En la otra cara, los acosadores, difamadores y esparcidores de odio que se disfrazan de periodistas. Pero ese título les queda infinitamente grande.

En marzo de 1980, el genial Manuel Vicent publicó en Triunfo su afamado artículo No pongas tus sucias manos sobre Mozart, que le reportó el premio González-Ruano de Periodismo. En él, un padre de izquierdas asiste asolado al comportamiento gamberro de sus hijos hasta que su pasividad se rompe cuando estos intentan llevarse a la leonera la “Sinfonía número 40” de Mozart. Mozart no. Mozart no se toca porque Mozart es demasiado importante. Como el periodismo. Como todos los Julius Fučík a los que están arrancando la voz.

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