La Feria es un ente propio, un huracán que arrastra voluntades y al que muy pocos, privilegiados con mentalidad germánica, pueden sustraerse.
Una recomendación. Dejen de hacer planes desde ya. La Feria no es una cuadrícula. No traten de controlarla porque será ella —puedo llamarla como a una mujer, espero, ya que está dedicada a la Faraona— la que les arrastre a ustedes. Ya saben: un recinto de muchos metros cuadrados y miles de bombillas, polillas, cacharros —de los que se beben y de los que se montan—, trajes de gitanas, caballos, boñigas, alberos, sombreros, enganches, perritos —calientes y piloto—, casetas, música —disco y sevillanas—, gofres, buñuelos, apretones de mano, botellones y así podría seguir hasta convertir la descripción en una canción de Joaquín Sabina. Ya saben: "nietos de torero disfrazados de ciclista, ediles socialistas, putones verbeneros, peluqueros de esos que se llaman estilistas, posturitas, musculitos...". La verdad que le va bastante bien, ahora que lo pienso, la letra de Todos menos tú.
Pero a lo que iba. Entre tanta marabunta, caos y estímulos resulta prácticamente imposible planificar nada. Que si el viernes por la noche preferia; el sábado descanso porque caen chuzos de punta y hasta tormenta, el domingo empiezo como todos los años y aguanto porque el lunes es fiesta local... Quietos ahí. Corten el rollo. La mayoría sabemos de sobra que no va a funcionar. Porque la Feria es un ente propio, un huracán que arrastra voluntades y al que muy pocos, privilegiados con mentalidad germánica, pueden sustraerse.
Mi consejo: den una vuelta por el Hontoria, descansen y al día siguiente, si se encuentran con ganas, regresen. Si no, se quedan en casa y resisten a los cantos de sirena como Ulises, tapándose los oídos ante esa música celestial que les intenta atraer irremisiblemente al centro de la perdición. Se toman un café en el bar más cercano mientras contemplan a las gitanas levantar la polvareda con los tacones en medio de un cielo azul y un sol que cae a plomo. La jornada siguiente habrán reseteado la maquinaria y pisarán el albero como si fuera la primera vez. O no: déjense llevar por el ruido de los cascos de caballos y el soniquete de las sevillanas, combatan la resaca con una jarra de rebujito y piérdanse en el meollo. Pero no hagan planes. Por favor no hagan planes.


