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Quiero un móvil, quiero una cuenta de Instagram, quiero abrirme un perfil de facebook, voy a crearme un grupo de whatsapp. 

¿Necesita un niño un teléfono móvil? ¿Cuándo hay que decirles que sí?

Quiero un móvil, quiero una cuenta de Instagram, quiero abrirme un perfil de facebook, voy a crearme un grupo de whatsapp. Si tenéis hijos entre los 9 y los 12 años seguro que habéis tenido que enfrentaros a estas peticiones de los niños en algún momento. Y habréis sufrido su vehemencia y alguna que otra pataleta si habéis mostrado algún tipo de oposición.

Esta semana oía la intervención en la radio de una inspectora de policía experta en estos temas, que seguramente algunos de vosotros habéis escuchado también. Entre otras cosas muy interesantes decía que darle un dispositivo móvil de última generación a un niño de menos de 14 años es como darle un coche sin que sepa conducir. También comentaba que con menos de 16 años no deberían de tener whatsapp salvo que se les enseñe a usarlo y el problema de la geolocalización a través de los teléfonos o la pérdida del control sobre información privada en un mundo que no escapa sólo al control de los niños sino que muchas veces se nos queda grande incluso a los propios padres. También son muy conocidas las opiniones sobre el tema del juez de menores Emilio Calatayud. Reconforta encontrarse con que estas personas con criterio y en contacto real con el problema defienden lo que llevo defendiendo desde siempre y por lo que muchas veces me miran como la madre rara que educa niños raros en según que círculos.

Da mucho vértigo pararse a pensar en las  consecuencia del mal uso de un móvil en manos de un niño. Como para todo en esta vida hay que estar preparado y los niños no siempre lo están. Pero sin entrar en los peligros de internet el sentido común a mí me lleva simplemente a preguntarme para que necesita un niño un teléfono móvil. El efecto menos nocivo que se me ocurre es el de un elemento de distracción con un poderoso efecto adictivo. Basta con que cada uno de nosotros, adultos maduros y con control sobre nuestros actos, pensemos en nuestro comportamiento frente a esos dispositivos.

Lo reconozco, soy muy radical con este tema. Ver el efecto que sobre mis hijos tiene el uso de mi teléfono cuando se lo presto, me reafirma en mi convicción de que el móvil es una especie de elemento diabólico-perturbador. Se idiotizan, se aletargan, se enganchan, dejan de hacer otras cosas interesantes, se pelean entre ellos… Vamos que no les aporta nada y teniendo en cuenta que a sus edades no le dan otro uso que el lúdico, sigo sin encontrarle la gracia a que tengan móvil propio. Y eso sin entrar a comentar lo molesto de que de vez en cuando mi móvil me avise de que están arrasando mi aldea (seguro que muchos me entendéis).

Mi radicalismo no me lleva a cerrarme en banda. Son niños rodeados de tecnología, que viven aquí y ahora, que deben integrarla en sus vidas pero cuando toque. Incluso cuando llegue el momento creo que tener un teléfono móvil les puede servir como ejercicio de responsabilidad, una responsabilidad que no les podemos pedir antes de tiempo.

Hablarlo con ellos es fundamental. Explicarles porque sí o porque no, que escuchen opiniones como las de la inspectora de policía de la que os hablaba al principio. Se resisten, protestan, insisten (¡mira que pueden llegar a ser cansinos!) hasta hacer flaquear al padre más reticente… Pero en el fondo entienden los argumentos (siempre que sean sensatos) y sin reconocerlo saben que tenemos razón. Recuerdo que estando mi hija en cuarto de primaria  vino un día del colegio entre escandalizada y asombrada porque al sondear su profesora cuántos en la clase tenían móvil propio, 16 de los 25 alumnos levantaron la mano. Ella misma lo veía como un disparate. Mucho menos cansado para los padres que sentarnos a tratar el tema con los niños es comprarles un móvil a los 9, a los 10, a los 11… No tendremos que escucharlos más pidiéndolo y además tendremos tiempo para nuestras cosas mientras ellos se distraen con su aparatito.

Que se lleven los teléfonos móviles a clase, que pasen tardes enteras enganchados a una conversación, que encuentren más entretenido jugar con el móvil que salir a dar un paseo o jugar. En algo nos estamos equivocando, todos. ¿Es falta de tiempo por nuestra parte? ¿es comodidad por parte de los padres? Ya es normal salir a comer y encontrarte en cada mesa al menos un niño que no levanta la cabeza del teléfono.

Quizás la desconexión debería empezar por nosotros mismos. Cambiar el tiempo que empleamos en ver cuántos me gusta tiene nuestra publicación de Facebook o Instagram por tiempo diciéndoles a los niños lo mucho que nos gustan ellos. Mea culpa. Será que como dice la sabia Mafalda, hay veces que esta vida moderna tiene más de moderna que de vida…

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