Captura de pantalla 2019-08-25 a las 18.20.27
Captura de pantalla 2019-08-25 a las 18.20.27

¿Dónde quedaron los cochecitos que cabían en una mano para jugar mientras esperabas en la consulta del médico? ¿Y la bolsa de patatas que abrían tus padres mientras se hacía la compra en el súper?

Hablar de los cambios que las nuevas tecnologías están ocasionando en nuestra sociedad es materia repetitiva para una sociedad dominada por ordenadores y smartphones. Sin embargo, a pesar de reconocer que se es consciente de todos estos cambios, se sigue siendo pasivo ante una situación con consecuencias bastante graves en el desarrollo social y comunicativo del niño.

La imagen se repite constantemente en supermercados, restaurantes, playas y consultas del médico. Antes de que el niño salte en rabieta ya se le ha dado el teléfono móvil con cualquier canción o serie de su agrado para que no moleste.

“Hay que ver este niño que ya ni habla”. Es normal, los hijos son cada vez menos comunicativos, menos sociales, y sobre todo, menos pacientes. Y el problema evidentemente no es de ellos, es de los padres. Es de los padres por no enseñarles qué significa tener paciencia mientras se hace la compra en el supermercado. Es de los padres por no enseñarles lo que es la comunicación familiar mientras se espera la comida del restaurante o lo que es hacer amigos en la playa para hacer castillos de arena. Aquí radica el verdadero problema.

Sois fans de ocultar el problema detrás de la pantalla, y creer que el móvil es la niñera perfecta. Estamos inmersos en la era de la niñera digital donde se evita entrar en disputa con los niños y que un llanto rompa el hilo de la conversación en una cena de amigos. Se usa el teléfono móvil como herramienta de persuasión y de captador de atención cuando los hijos no quieren comerse la papilla o no quieren ponerse el pijama. Es pura magia. Una magia peligrosa que se puede volver en contra, porque nunca una pantalla puede ser sustituta de una tarde de juegos o de una conversación entre padre e hijo.

Como dice Celso Arango, jefe del servicio psiquiátrico del niño y adolescente del Hospital Gregorio Marañón, en el caso de los bebés lo que hay que hacer es trabajar con las familias, y saber que el bebé no pide que se le exponga una pantalla con series de dibujos animados. Sois los padres quienes debéis hacer de la pasividad de vuestros hijos una etapa natural, y no una etapa permanente creada para vuestra comodidad. Porque cuando el niño ve una serie de dibujos se convierte en un ser pasivo donde solo recibe información, convirtiéndose en una esponja que absorbe y absorbe sin crear un estímulo de respuesta en él. Podríamos decir que el tiempo que dura una serie de dibujos animados es un viaje a un mundo paralelo para el niño, el cual se convierte en un ser, además de pasivo como decíamos antes, totalmente ajeno a la realidad de su entorno.

Solo me queda decir una cosa. Espero que jamás te sorprendas cuando tu hijo elija a Peppa Pig o al equipo de la Patrulla Canina antes que a ti para pasar una tarde en familia.

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