Navarro-Valls, el portavoz español del Vaticano

Es cierto que la visión que nos da el autor es a veces hagiográfica, aunque… ¿cómo podría ser de otra forma cuando está convencido de la santidad de su jefe y amigo?

Joaquín Navarro-Valls, en una imagen de MEDOL en Wikimedia.
Joaquín Navarro-Valls, en una imagen de MEDOL en Wikimedia.

Pocas personas estuvieron en una situación tan privilegiada para acceder a las interioridades de la Iglesia católica como el español Joaquín Navarro-Valls (1936-2017). En Mis años con Juan Pablo II (Espasa, 2023), el que fue portavoz del Vaticano nos proporciona una amplia panorámica del pontificado de Karol Wojtyla. Su libro ofrece tanto un recorrido por los innumerables viajes del Papa como un retrato de su personalidad, siempre desde la cercanía y la admiración. Estar en Roma facilitaba, sin duda, la visión de conjunto de los problemas eclesiales.

El destino no es siempre como imaginamos. Navarro-Valls proyectó dedicarse a su especialidad, la psiquiatría, pero acabó trabajando como máximo responsable de la política de comunicación de la Santa Sede. Se convirtió así en un elemento de modernización, como podemos comprobar cuando habla al pontífice de las posibilidades de Internet. El Juan Pablo II que nos presenta es un hombre complejo, atento, por un lado, a la pluralidad de la Iglesia, pero siempre firme defensor de la ortodoxia doctrinal tal como él la entendía. De ahí que chocara con teólogos progresistas como Hans Küng.

Navarro-Valls dedica mucha atención a la alta política, a los encuentros con grandes líderes, como Gorbachov, al que Juan Pablo II llegó a apreciar. Estamos aún en los últimos años de la Guerra Fría, con un mundo aún sometido a la lógica bipolar. ¿Nos situamos frente a un pontífice progresista o ante una figura reaccionaria? La respuesta no es simple. El mismo hombre tradicionalista en cuestiones de moral se mostraba valiente en temas políticos como la primera guerra del Golfo (1990-91), la que se opuso con determinación. Se dio entonces la paradoja de que el partido comunista italiano coincidiera con su postura mientras democracia cristiana, teóricamente afín al magisterio católico, prefería situarse del lado de Estados Unidos.

Una ambivalencia similar se daba en la actitud respecto a la ciencia, mezcla llamativa de modernidad y tradición. A propósito de la Sábana Santa, Wojtyla manifiesta, por un lado, su firme apoyo a los resultados que aporte la investigación de los expertos. Pero, por otro lado, teme que la gente sencilla se desconcierte si los resultados del análisis entran en contradicción con las creencias populares.

El Papa era consciente de la distinta actitud con la que muchos recibían su mensaje. Aceptación en cuestiones sociales, rechazo si trataba temas de moralidad como los vinculados al sexo. A su juicio, este contraste se debía a que la responsabilidad personal quedaba más diluida al abordar problemas colectivos. No sucedía lo mismo, en cambio, en lo que afectaba más directamente a la individualidad. La gente, según Wojtyla, tenía tendencia a no enfrentarse a las consecuencias de sus propios actos. 

Navarro-Valls no se contenta con mostrar al personaje público. Ahonda también en la persona privada con detalles expresivos, como cuando nos dice que la idea de Juan Pablo II acerca de unas buenas vacaciones consistía en "caminar sin dejar de pensar". Descubrimos también el padecer del pontífice por el cansancio y el calor excesivo en París, durante la Jornada Mundial de la Juventud de 1997.

Es cierto que la visión que nos da el autor es a veces hagiográfica, aunque… ¿cómo podría ser de otra forma cuando está convencido de la santidad de su jefe y amigo? No obstante, su contribución nunca deja de ser la de un observador extremadamente inteligente y bien informado. Como corresponde a su oficio de portavoz, escribe para mayor gloria de una Iglesia a la que ama y sin la que no se entiende a sí mismo. Sabe que el mundo es una lucha por el relato y acepta participar ese combate con todas las consecuencias. De ahí su interés por la biografía de Wojtyla que escribía George Weigel: quiere un libro de referencia tan bien documentado que sirva para deshacer cualquier idea falsa. Ese es también su propósito en Mis años con Juan Pablo II, una obra subtitulada, demasiado modestamente, Notas personales, donde, al mismo tiempo que defiende su verdad, proporciona un testimonio de fe.

Ha podido decirse, con justicia, que Navarro-Valls no fue un portavoz sino el portavoz. De su infinidad de comentarios, sobre lo humano y lo divino, emerge una figura lúcida y carismática. El hecho de que el Papa escogiera como consejero a un laico ya era, en sí mismo, bastante revolucionario. Que se tratara de un hombre con sensibilidad para la comunicación constituía otro gran cambio en un ambiente, el del Vaticano, acostumbrado a vivir de espaldas a la opinión pública.  

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