Mientras vemos fotos preciosas de sus restaurantes, perfectamente coreografiadas, nadie piensa en el currelante explotado o el que se guía más por su vocación con los fogones que por su dignidad.
La normalización de la precariedad también consiste en premiar a los que explotan a su plantilla de trabajadores, en esa incomprensible actitud de recompensar el status quo por encima del buen trato a tus compañeros de profesión y la dignidad empresarial. Cada día, la perversa lógica capitalista galardona quien más beneficios acumula, laurea la mala praxis y aplaude el tráfico de influencias, el poder o el pisoteo de los derechos laborales.
Esta semana comprobamos con estupor como la prensa y el gremio de la gastronomía ensalzaban a los cocineros Jordi Cruz (MasterChef) y Ángel León (Aponiente), ambos acusados el pasado año por sus trabajadores de haberlos explotado laboralmente, ambos señalados con el dedo por fomentar los stagier (un nuevo concepto para vestir de sofisticación el trabajo no remunerado), ambos impulsores de una poderosa campaña de marketing para lavar su imagen y vender “prestigio”.
Mientras ellos ocupan portadas, caen en la desmemoria los 16 becarios y becarias que tenía el “chef del mar” en un piso-patera trabajando sin salario, caen en el olvido de las denuncias que Jordi Cruz acumula en la Inspección de Trabajo por “fraude de ley” y por ocupar con becarios el organigrama de sus empresas.
Mientras vemos fotos preciosas de sus restaurantes, perfectamente coreografiadas, nadie piensa en el currelante explotado o el que se guía más por su vocación con los fogones que por su dignidad, ni pensamos en aquel que solo aspira a sobrevivir. Tampoco se acuerda la gente de la Marea Café con Leche o de las mujeres, excluidas salvajemente de la “alta cocina” por el feroz patriarcado de los chefs.
Yo sí que me acuerdo de las cocineras, cocineros, camareras y camareros, de los distribuidores que levantaron esos prestigiosos imperios culinarios. De aquellas personas que trasladan los platos a las mesas y sirven las copas. De aquellos empresarios que no pueden competir con la creme de la gastronomía porque pagan cada mes a sus empleados. De los que prefieren ser dignos a tener “prestigio”. Y, sobre todo, me acuerdo de mi abuela, que cocinó gratis durante toda su vida platos tradicionales, y a la cual el tal Jordi Cruz o su excelencia Ángel León, excelentes artistas, magos de los fogones, jamás le hubieran llegado a la suela del zapato.