Nacionalismo vaginal

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

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De un tiempo a esta parte, concretamente desde el 8M de 2018 en el que feminismo rompió las paredes de las instituciones y emergió como un movimiento popular, masivo, hegemónico, lleno de mujeres jóvenes y con un lenguaje nuevo, el interior del movimiento feminista fragua una guerra entre dos bandos que en 2019 ha tenido como consecuencia que, en ciudades como Sevilla, aunque no únicamente, la manifestación del 25N no haya podido ser unitaria y las más jóvenes se manifestaran por un recorrido y las feministas clásicas, por otro.

En el relato publicado, las clásicas acusan a las jóvenes de apoyar al “lobby putero", su comodín del público, defender los vientres de alquiler y de mezclar las causas LGTB con la lucha feminista; las más jóvenes alegan que las de toda la vida mantienen posiciones clasistas, que su feminismo sólo es para ricas, que odian a las mujeres transexuales y que se atreven a defender el abolicionismo sin pedirle opinión a la putas y con la única intención de dividir el feminismo y erigirse en representantes de la pureza.

Este es el relato oficial, pero en el fondo lo que se está dando es una guerra entre un feminismo identitario y un feminismo universal que no solamente aspira al 50 por ciento del pastel, sino que desea hacer un pastel nuevo, con ingredientes de justicia y no identitarios, en contraposición con una especie de nacionalismo vaginal que considera un éxito feminista que Ana Patricia Botín sea la presidenta del Banco Santander mientras nada se dice sobre la desigualdad que sufren las limpiadoras que limpian las oficinas de la entidad financiera.

De la misma manera que cuando apareció Podemos hubo mucho izquierdista profesionalizado que vio peligrar su puesto, su estatus asociado a la militancia clásica y que no supo ver que la llegada de la formación morada venía a abrir una ventana de oportunidad que arrastraba a un electorado que nunca hubiese ido a las opciones más clásicas, con el feminismo está pasando algo similar. Susana Díaz, por ejemplo, ha caído en desgracia porque pensó en clave de subsistencia personal con la aparición de Podemos y no en el bien común. El yo antes que el nosotros.

Las feministas que llevan toda la vida en la pelea, que son importantes pero no imprescindibles, que han construido su identidad, su carrera profesional, su modo de vida, su salario y hasta su estatus y que eran y son invitadas a muchas charlas como expertas, a cambio de jugosos honorarios, no están sabiendo ver que el feminismo popular que emergió el 8M de 2018 viene a refrescar y a ampliar los márgenes del feminismo clásico y en ningún caso a silenciarlas o, como dicen, a borrar a las mujeres del mapa.

Hay un feminismo que prefiere la comodidad de estar siempre de acuerdo a costa de ser un movimiento minoritario, casi de culto, excesivamente academicista y que sólo sirve para mejorar la vida de sus integrantes, no la de las mujeres. Dice la exdiputada Ángeles Álvarez, una de las capitanas en esta cruzada de odio contra las mujeres transexuales y la causante de que la ley de transexualidad no se pudiera aprobar durante la pasada legislatura porque bloqueó su tramitación, que hay que tenerle respeto a las “feministas reconocidas” y he aquí el fondo del asunto para entender por qué hay feministas clásicas que han abrazado el odio a las mujeres transexuales en nombre de un biologicismo que sitúa a esta facción más cerca de constituirse como sección femenina de Vox que de un movimiento emancipador.

Este feminismo transfóbico, que organiza debates para estigmatizar a las mujeres trans, que niega el derecho a ser y que es capaz incluso de arremeter contra una niña de ocho años que intervino en la Asamblea de Extremadura para hablar de su feliz experiencia, a la que le negarían los bloqueadores hormonales y que se refieren a ella en masculino, no está interesado en un movimiento feminista que cambie la vida de las mujeres y del conjunto de la sociedad, sino única y exclusivamente de quienes militan en el movimiento.

Si te opones a la sinrazón de este feminismo transfóbico que se refiere a la realidad trans con el mismo odio con el que la ultraderecha habla de la violencia de género, y que se nutre de noticias falsas para legitimar su ira contra lo que llaman “hombres disfrazados de mujeres”, la respuesta va a ser furibunda. No es un movimiento racional, es una religión. Ellas tienen la verdad absoluta y quien se opone a su nacionalismo vaginal está en contra de las mujeres y del feminismo, que para eso ellas reparten carnets de autenticidad y son el verdadero feminismo.

Conozco a feministas que han dejado de ser llamadas a conferencias y charlas por atreverse a distanciarse del odio propagado contra las mujeres transexuales y a las que incluso insultan con un odio exacerbado por salir en defensa de los derechos de las personas trans, derechos que esta facción niega en nombre de un feminismo puro, sectario y antipático. Es necesario que desde todos los lugares posibles desmontemos las tesis de odio de quienes quieran hacer del feminismo una ideología excluyente e identitaria que use los marcos de la ultraderecha para un nacionalismo vaginal que construya odio y no igualdad.

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