Una mujer, teletrabajando.
Una mujer, teletrabajando.

Debemos seguir investigando sobre las posibilidades del teletrabajo en muchas direcciones, y una muy importante es si en condiciones de no pandemia, incluso en pandemia, el teletrabajo no pudiera ser, a medio plazo, un medio que mejore las condiciones de trabajo y de vida de las mujeres.

Hasta ahora las informaciones que se manejan son contradictorias. Si la Organización Internacional del Trabajo advierte sobre el peligro de la fosilización de los roles tradicionales por el teletrabajo en condiciones de pandemia, una encuesta en Alemania cuenta que el 58% de løs trabajadores desea seguir trabajando desde casa, siendo al mismo tiempo, según otro estudio, que la mayoría de løs que se quedan en casa a trabajar serían mujeres.

La digitalización que nos ha hecho despertar y comprender las posibilidades de trabajar en línea no deben apreciarse solo desde el punto de vista de la seguridad sanitaria en situación de pandemia, opina la mayoría. Los sindicatos alemanes advierten, sin embargo, de la necesaria regulación de esta nueva modalidad para evitar excesos horarios no remunerados, y la CEOE alemana se muestra reticente, en verdad, y expresa su deseo de una aplicación restrictiva del teletrabajo. Los empresarios vienen a decir que la legislación de urgencia por la pandemia ha invadido su libertad de empresa, al mismo tiempo que afirman que ellos no necesitaban nuevos reglamentos para enviar a los trabajadores fuera de los centros de trabajo, lugares convertidos por el virus en centros de infección en demasiadas ocasiones. Sin esos reglamentos no hubiera habido la cantidad de teletrabajo que hubo y cuya obligación ha cesado el 1 de julio, de momento. Muchos empresarios querrían regresar al pasado, no todos.

Hace un año trataba en estas mismas líneas el tema de la digitalización. En aquel momento sugería, solo, el asunto que hoy sí quiero tratar: las posibilidades para la igualdad en el trabajo para las mujeres. Entonces, y en relación a la enseñanza, me pareció importante resaltar el dilema que presenta la digitalización y su fuerza democratizadora: la enseñanza-aprendizaje como lugar o como ocasión. Lo mismo ocurre con el trabajo. Hay una larga lista de empresarios, en toda Europa, que desean acentuar el lugar, tener a løs trabajadorøs bajo el control directo de sus ojos, una actitud que pone de manifiesto el nivel de confianza como elemento fundamental de la legalidad del contrato de trabajo o la capacidad de comprensión abstracta en la vida digital.

Si la digitalización cargaría aun más sobre las mujeres el rol tradicional y conservador de mujer no es por la digitalización sino por la mentalidad que todavía reina en la sociedad, y que la digitalización pudiera ayudar a revisar. Hay que tener en cuenta, además, que la digitalización en situación de pandemia incluía la presencia de los niños en casa, y que sin pandemia, sin la situación de emergencia, la digitalización permitiría una larga conversación social sobre muchas cosas, también sobre los roles en la familia.

Creo, también, que se pierde de vista el enorme número de mujeres solas y con hijos, cuyas condiciones de trabajo antes de la pandemia y de la digitalización eran malas o muy malas, y su futuro laboral tan precario como su presente. Para ellas, la digitalización, con pandemia o sin pandemia, pudiera ser una oportunidad. La ausencia del tiempo de viaje al trabajo y las posibilidades de flexibilización de los horarios pudiera ser fundamental. Quedaría más tiempo para la vida personal y familiar, y la falta de estrés pudiera aportar mayor calidad de vida y mejores resultados en el trabajo.

La digitalización permite reducir o eliminar los tiempos de viaje al trabajo, uno de los descubrimientos estrella de esta pandemia para los trabajadores que pueden quedarse a trabajar en casa. Permite a los empresarios el ahorro de gastos en energía, edificios, gastos de viajes, etc. Para quienes piensen que la distancia de la digitalización pondría dificultades a la comunicación entre compañeros, no son pocas las personas que opinan que nunca antes de la pandemia habían conversado, incluso de su vida personal, con sus colegas a través de las salas-privadas-digitales.

No hay datos ni quejas sobre la productividad durante la digitalización. Hay sectores que ya son digitales y están completamente automatizados que presentan la dificultad de unos equipos informáticos que no pueden ser fácilmente trasladados a la casa. Otro de los problemas es la seguridad vial informática. Cabe pensar que estos dos últimos problemas serán resueltos con mayor brevedad de lo que pensamos, a lo que se suma que digitalización no significa, necesariamente, no volver nunca más a la oficina sino ir una vez por semana o al mes.

Perdemos de vista que desde hace varios años hay varios millones de personas que trabajan a una distancia de miles de kilómetros para empresas que desean reducir costes y deslocalizan determinadas divisiones a países en vías de desarrollo. No son solo las centralitas de llamadas, imaginemos que las dentaduras postizas de fabrican en países lejanos con las instrucciones enviadas desde Europa y para reducir gastos. Esto sin contar con las personas que recorren el mundo con su ordenador portátil bajo el brazo con un nuevo estilo de vida: trabajar para vivir.

La digitalización es posible y ahora está sobre la mesa la discusión sobre la mentalidad y el significado que tiene para muchos el hecho físico del despacho, el lugar, y el significado del trabajo como ocasión. Sobre todo, deberíamos escuchar a las mujeres o a los estudiantes, y no solo a los hombres o a los burócratas. No va a haber un mundo sin encuentros personales, sin abrazos ni besos. Ese apocalipsis no está esperando detrás de la puerta.

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