Un profesor haciendo teletrabajo, en una imagen de archivo. MANU GARCÍA
Un profesor haciendo teletrabajo, en una imagen de archivo. MANU GARCÍA

La otra tarde saltó sobre nuestro tapete la conversación sobre cómo nos había ido el semestre, en el corrillo de profes, que espontáneamente nos desgajamos del grupo por un rato. No fue la charla típica que a veces suele llegar sino una que es el gran debate actual: viejos estilo de vida; vida después de la pandemia. Porque aunque estamos claramente de lleno en la pandemia, nuestra vida ya es una vida después la pandemia en muchos sentidos. En planificación, por ejemplo.

La charla tuvo momentos de la danza de la queja de las viudas del mundo antiguo, y que el Carnaval de la región alemana del Harz ha recuperado, magníficamente, para burlarse del mundo que imponen los hombres. La Universidad es el lugar, afirmaban los más jóvenes, nos falta el lugar, la presencia física real, insistían. Y rogaban por el regreso, cuanto antes, al mundo antiguo, en el que, para ellos, el lugar lo era todo..

La pandemia ha puesto ante nuestros ojos más cosas que las que podemos todavía observar, porque son muchas y no ha habido tanto tiempo. Una de ellas es, precisamente, el éxito potencial que ya disfruta el estilo de vida digital, que no virtual. Esta situación de emergencia que hemos vivido, digo hemos porque el semestre se terminó ya y ahora estamos reflexionando sobre lo que hemos tenido que vivir y lo que todo esto significa, no muestra solo aspectos negativos en lo que se refiere a la educación con jóvenes adultos. Las escuelas primaria y secundaria requieren de otra reflexión, porque la realidad es radicalmente otra, en principio.

Mi semestre, ya entregadas las notas, cerradas las actas y planificando el semestre de invierno, ha sido sorprendente: solidaridad, empatía, trabajo cooperativo, paciencia, autonomía creativa y productiva. Esa autonomía me ha permitido ver, mejor que nunca antes, que el lugar, teniendo su importancia, es subalterno de la ocasión de aprender que los asistentes a los cursos buscan desde su curiosidad y su responsabilidad ante sí mismos. Hemos visto en qué lugares habitamos, hemos tomado nuestro té o café durante la vídeo conferencia, han caído algunas convenciones sociales y ha aumentado el respeto y la consideración. Se decía en los periódicos, para España, que se ha empezado a conocer el arte de la conversación.

Un profe de educación de secundaria, y buen amigo, me contaba que por causa de la pandemia, y porque las reuniones de padres no eran posibles, ni recibirlos en la escuela, había visitado a todas las familias en sus propias casas y percibido su realidad en su espacio cotidiano; había conocido a padres que antes nunca había visto o con los que no había tenido oportunidad de cambiar más allá de dos palabras y dichas de prisa y corriendo. Había podido acometer proyectos para los que antes nunca hubo tiempo e insistía en algo que yo digo para mis jóvenes adultos: autonomía creativa y productiva. Parece que algunos hemos podido descubrir que cuando las estructuras de funcionamiento permiten más autonomía hay no pocas cosas que funcionan mejor.

Estábamos de acuerdo en que nuestro papel se ha desdibujado como el único centro radial de todas las cosas y nos hemos convertido en algo mucho más importante: alguien a quien preguntar, pedir consejo y buscar reconocimiento.

La polarización en el ambiente educativo es un hecho más insistente aún desde el inicio de la pandemia y la suspensión de la presencia física. Muy rápidamente aparecieron los entusiastas absolutos de la conferencia a través de vídeo o la oposición y la desconfianza de los que solo encuentran consuelo en agarrarse a los muros del edificio. En medio de esa polarización nos situamos no pocos, incluso sin grandes habilidades informáticas, que queremos comprender qué ha pasado y lo bueno que ha traído todo esto.

Entre otros problemas que quizá no veamos, pero viven adormecidos bajo nuestra socialización es que, sin edificio, se nos va a llenar el mundo de vagantes: no otra consecuencia plástica, en primer lugar, va a traer la digitalización. Podremos estar donde queramos y hacer todo lo que debamos. Viviremos en los caminos, ajenos a los muros de las instituciones, que se han convertido en muros de contención, como si fueran los edificios mismos, en contra de la autonomía de los individuos. Habrá quien hable de medievalización, pero ya sabemos que se exagera mucho cuando todo lo medieval es criticado como oscuro y negativo. Creo que seguiremos manteniendo el lugar, los lugares, a pesar de que se despierte nuestro carácter de vagantes, y que no seremos los mismos vagantes que, desde la Edad Media, han mantenido vivos algunos Carnavales.

La verdadera libertad de los individuos está en su autonomía real, en su capacidad para moverse por sí mismos y buscar, y encontrar, y comparar y contrastar. Creo que, como nunca antes, en la tarea de la enseñanza-aprendizaje se abre un camino fascinante que no deberíamos dejar de caminar. Nos exigirá a todos, especialmente al profesorado, unas cualidades y actitudes que deberemos desarrollar. Para el Camino de Santiago actual deberemos entender de algoritmos, para evitar las manipulaciones; las bibliotecas y universidades, como lugar, seguirán teniendo importancia, pero nuestro nuevo Camino de Santiago tendrá, además de los caminos bajo la lluvia y el sol, impulsos eléctricos y cooperaciones no siempre teledirigidas por nosotros, por lo que deberemos, todøs, estar muy atentos y desarrollar valores como la honestidad, la cooperación, la solidaridad y el conocimiento científico.

Que no entendamos del todo bien lo que se nos viene encima no significa que vaya a ser malo, significa que tenemos que ponernos al trabajo. Y que la formación del profesorado deberá ser sustancialmente mayor y mejor, así como sus salarios. Y que los alumnos en situación económica precaria tienen el derecho de ser atendidos en sus necesidades por la sociedad.

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