Mugre

Me deslumbran las relucientes sonrisas de profident, imagino las caries que ocultan los empastes hechos con resina compuesta

Emilio Castro

Fotoperiodista.

Viñeta para Mugre.
Viñeta para Mugre.

Me gusta mucho lo público, la sanidad, la educación, las carreteras, los espacios urbanos… Lo público es lo que hemos acordado compartir pagándolo a escote, lo que parece no ser de nadie, siendo de todos, poco valorado y descuidado. Como no me gusta conducir, nada de nada y además no tengo mucha práctica, el transporte público siempre ha sido mi preferido, aunque no el de la mayoría de la gente con su sentido de la propiedad en exclusiva, políticos incluidos. Poca realidad se ve desde el coche oficial, allá del cogote del conductor.

Voy de casa al centro de la ciudad en autobús, a veces en metro y siempre tengo la misma sensación al sujetarme a las barras de seguridad para no caerme. Están pringosas, húmedas y resbaladizas, sucias de humanidad. Es imposible que se ensucien tan rápido cada mañana, me digo, igual lo que pasa es que no le pagan en condiciones a nadie para que limpie el interior de los vehículos, me respondo. De hecho, hay mucha diferencia entre la limpieza en los autobuses de la periferia, privados, y la del metro, público.

La sensación mugrienta que siento, no desaparece ni después de frotarme las manos con jabón Lagarto hasta sangrar. Pienso en las almas comunes, buenas gentes, educadas y simpáticas, pero con las manos sucias y pienso también en las menos comunes, maleducadas y antipáticas, pero con las manos impolutas. Pienso en la mugre en sí, ¿será patrimonio de ricos o pobres?¿son las manos el espejo del alma? Pienso también en la inexistente relación entre la higiene personal y la pobreza. La roña no es patrimonio de ninguna clase social, sobre todo la moral.

 ¡Cuánto pobre, cuanto pobre! Exclamaba un fraile franciscano, aficionado al chuletón, al llegar a su destino en el barrio de Harlem en Nueva York, apresurándose a pedir el traslado a la Quinta avenida, mientras se tapaba la nariz. Los ricos comen mejor, es lógico pensar que también huelen mejor. Por alguna razón, sospecho cual, los príncipes de la iglesia se sienten más cómodos entre otros príncipes. Pienso en la pobreza y su dignidad, y en cómo a menudo se confunde con la miseria.

Mientras me acerco muy despacio al centro de la ciudad, el sempiterno atasco no me da opción, imagino que existe una gran alfombra tupida bajo la que escondemos toda la porquería, pero no me refiero al subsuelo, sino bajo la piel. Me deslumbran las relucientes sonrisas de profident, imagino las caries que ocultan los empastes hechos con resina compuesta. Qué mugre de egoísmo clasista, qué inmundicia hay en la falta de empatía, qué cochambre miedica a lo distinto, ocultan bajo una dermis bronceada con un sol de rayos uva. Cuántos sucios pensamientos sucios tienen muchos, sabiéndose a salvo de la menor crítica, en el silencio de la oquedad de su cabeza. Cuánto sudor asfixiado cabe en las cabezas grasientas que viajan en un vagón de metro abarrotado. Cuantas manos limpias y perfumadas firman despidos y desahucios, en lujosos coches con chofer. Cuántas acciones vomitivas protagonizan personas que creen ser buenas personas, mientras repiten en voz alta:

¡Qué le vamos a hacer, así es la vida!

La colonia humana, como una plaga, genera basura sin descanso, pero no quiere verla por eso la hunde debajo; no me refiero a la orgánica, ni a la de papel o vidrio, me refiero a la otra, a la intolerancia, a la explotación, a la estafa. Con los ojos bien cerrados, prefieren zamparse un bollo sin hambre, antes que ver a alguien “inferior” saciado. Cuántos cuentos de la lechera crecen hasta el techo, a sabiendas de que para que se puedan cumplir, hay que salir de la cloaca y pisar muchas cabezas. El combate es la escalera y cuanto más se sube, peor huele; muchos, y también muchas, tratan de que la peste de las alturas no les recuerde que han llegado tan arriba gracias a su putridez, que son ellos los que contaminan el aire. Ni Chanel Nº5, ni Paco Rabanne Invictus Platinun, pueden ocultar el hedor de tanta gente bien educada, elegante, con las manos muy limpias y el corazón mugriento.

“Mala gente que camina y va apestando la tierra”

¡Empresas concesionarias de transporte público, paguen dignamente a las señoras de la limpieza para que limpien las barras, asideros y asientos de los autobuses!

 Líbrennos de la suciedad física, de la otra no nos libra nadie.

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