La conversación está ahí, en la calle. No hacía falta que viniera ningún sondeo de opinión a confirmar lo que se venía palpando especialmente en el último lustro. Y es que ha habido un movimiento ideológico de característica profundamente subterránea en la conciencia de una generación. Está en lo que se garabatea en los cuadernos y se raya con la punta afilada del compás en las mesas de las aulas. Lo 'facha' ha vuelto.
Actos de Falange y sucedáneos (si la izquierda se pelea internamente, lo de esa gente ha sido con los años otro rollo) ha habido siempre. Banderas del Águila se han seguido viendo en los estadios (envidio la ingenuidad, como diría Reguera, de quien se creía algunas veces el argumento que se oía lo de que era por los Reyes Católicos porque "es que es el águila de San Juan"). La foto de Franco en la cartera o el llavero del Arriba España en el llavero. El bar que se hace famoso porque tiene enseñas preconstitucionales (que no inconstitucionales, eh, que a veces se leen algunas cosas...).
La cuestión es que cada vez atraen a más públicos. Chavales nacidos cuando ya había euros en la calle. Universitarios. Y muchos papás y muchas mamás se preguntan, a coro con sus profesores, qué ha pasado. Preocupa, claro.
La respuesta está en Italia. No en la Francia de Le Pen, sino en la de Meloni. Una presidenta que sí ha llegado al poder desde la posición outsider. Un partido que ha canibalizado a toda la derecha y que se unió a su alrededor sobrepasando al berlusconismo y a Salvini. Meloni refundó a la derecha desde la más derecha. El paralelismo es evidente: es como si la Falange -sí, la Falange- se comiera a Vox y a buena parte del PP para ir juntos a unas elecciones. Le Pen en realidad ha fraguado una formación a base de años, cuando no era popular en la derecha. Y por características propias -migración, historia, etc.-, no creo que proceda comparar España con Francia, pero sí con Italia.
Cierto es que Meloni no resulta de un extremismo apabullante en su gestión, y que ha ganado por cosas que van más allá. Pero que quede claro que esto de la Falange no son cuatro locos, los que pudieron ser hace unos años. Hoy no tienen importancia electoral. Pero ya hemos visto varias veces movimientos ideológicos que no se captan hasta que suceden de una tarde a otra: la irrupción del millón de votos de Podemos, las elecciones andaluzas con Vox en el 19 y las europeas de Alvise.
Visto que podemos estar ante un fenómeno real, el acto de Falange de este viernes en cualquier caso sorprende. Chicos con el brazo en alto. ¿Había gente en Vox de brazo en alto? Obvio, si una parte de las listas electorales las reunieron con gente que había ido en las de Falange (también del PP o de UPyD, vaya, pero había de Falange). La cosa es que aquello mediáticamente había que acallarlo. Sí a la idea, no a la estética. Lo que vemos ahora, parece, es que puede surgir mediáticamente un movimiento que acepta el abrazo al brazo en alto.
Y eso cómo va a ser, se dicen papás, mamás y docentes. Pues nada que pasa así deja de ser multifactorial y complejo. Pero, sin querer empatizar, recordemos: los chavales de 20 años se han criado en un contexto de país de dos crisis seguidas. No han conocido un país triunfal en democracia ni en crecimiento ni en dar por sentado que el sistema puede funcionar. Eso les diferencia a quienes nacimos en los 80 y hasta mediados de los 90, que en la memoria y en el relato de la calle las cosas podían salir bien.
Además, venimos ideológicamente de una década de hegemonía progresista que calaba en todo, casi sin contestación, o con una contestación que iba siendo expulsada. El mensaje desafiante es el que cala cuando biológicamente eres adolescente. Cuando se prohibía leer a Miguel Hernández se leía mucho más. Hay una parte de los mensajes de izquierda que quizás hayan podido fracasar. Pero es que da igual que lo hayan hecho: es que desde 2018 está la izquierda en el poder en España y se le puede culpar de todo a Pedro Sánchez, a Podemos y a Sumar de cualquier cosa que ocurra. De esta crisis, la del covid, la de la inflación. Y de lo que queda, mucho, de la anterior: el precio de la vivienda, véase.
Ante eso, pues para el chavalito de 20 años como grupo social le pasa como cuando se te acaba la caja de plastydecores: coges el que aún pinta bien porque no se ha desgastado ni ensuciado. En abril o mayo se cogían el marrón clarito, el lila y hasta el blanco porque el resto eran amalgamas sin forma que no podían ni agarrarse, a la espera de estrenar una caja nueva en septiembre. Si es que al final es una cuestión de selección natural, casi.
Siempre se ha cantado el Cara al Sol. Pero nunca ha dado tanto la sensación de que lo vamos a escuchar cada vez más. Y que van a entrar en algún Parlamento de aquí a unos años. Con ese nombre o con otro, pero a la derecha del PP y de Vox y rememorando a Franco sin lugar a dudas.



