Mi madre y las dos 'palomitas' azules

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Mi madre era más feliz hace un año, cuando no tenía móvil sofisticado, con aplicaciones para todo. Ella así lo afirma, contundente.

Mi madre era más feliz hace un año, cuando no tenía móvil sofisticado, con aplicaciones para todo. Ella así lo afirma, contundente. Resulta paradójico (y ridículo) que ahora, en la era de las comunicaciones, las redes sociales y las aplicaciones para estar conectados, no logremos entendernos. Y estamos muy solos, en medio de ruidosos grupos de whatsapp, en el que no nos logramos entender. La falta de entendimiento, las situaciones ridículas que desembocan en comeduras de coco y conjeturas destructivas varias, resultado del “sí me ha leído, pues tiene las dos palomitas azules, pero no me contesta”, “me está haciendo ghosting (no me contesta, ni me coge el teléfono, y me bloquea…y desconozco el motivo)”.

Y pongo de ejemplo a mi sabia progenitora, por servirme de referencia a toda una generación que se siente perdida, perpleja, y muy puteada, con perdón, por los aparatejos que se supone que facilitan la vida. También los hay, de su quinta, muy avezados en el tema, e incluso viciosos, que incluso cazan pokemons con los nietos. Los admiro. Pero no son tanto.

A mi madre siempre le digo que no se le pueden poner puertas al campo, y que si no quiere quedarse fuera del mundo, debe atarse el móvil a la mano, y mirarlo cada dos segundos, por si hay un mensaje nuevo. Ella no entiende que en los grupos, si se lee la conversación, hay que contestar, de vez en cuando, para dar señales de vida, o por educación. Me consta que lo intenta. Aunque intuyo, que en realidad no le interesa. Sigue pensando que las cosas importantes de la vida, como la boda de un hijo, el funeral de una madre, el cumpleaños de la nieta, lo suyo es quedar, tomar un café con los amigos, llamar por teléfono tradicional y hablar (ay, esas viejas costumbres), o llevar en persona las invitaciones a casa de los allegados (de las bodas y cumpleaños, no de los funerales).

Sin ir más lejos, por no contestar a tiempo, en un grupo de señoras amigas de su edad, a un mensaje concreto sobre una boda, que se perdió entre cincuenta memes de senegaleses de ciencia ficción, cien comentarios acerca de los senegaleses, y chistes políticos sin arte, la han excluido del bodorrio del año. Lo gracioso, es que esas señoras, del grupo de mi madre, se ven cada fin de semana, y nadie, nunca, le preguntó a mi madre: oye, ¿no viste el mensaje?. Qué va. Daban por supuesta su descortesía al no poner dos millones de emoticonos, y hacer caso omiso, según ellas, con alevosía y mala leche, a la invitación de la gran boda.

Resultan raras estas cosas, con las conjeturas de turno, y los chismorreos en grupos paralelos (con esto hay que tener cuidado, para no poner el chisme en el grupo equivocado), sobre todo, porque en lo virtual, hay guerra abierta, pero en persona… ni mu.

Me consta que mi señora mamá, es olvidadiza, despistada, y pelín atolondrada para estas cosas modernas, y que a veces, tarda día y medio en contestar un solo mensaje de whatsapp. No se acuerda de conectar la conexión (valga la redundancia) a través de datos, cuando sale a la calle, y si la batería se agota, respira tranquila, incluso (les confieso que a veces, es un descanso que el móvil se muera). Por eso no entiende estas puñaladas traperas, este “no entenderse”, y asiste, muy quieta y apesadumbrada, al gran cambio, para peor, en sus relaciones sociales.

Ahora me da la razón, cuando yo he intentado instruirla en estas cosas. Ahora sabe que es cierto que hay personas que todo lo dicen por escrito (bueno, si aceptamos cualquier barbaridad con seis faltas de ortografía en una palabras de cinco letras, que ese es tema aparte), y que le dan más importancia a su móvil, que al propio hígado.

Aunque, como digo más arriba, es sabia. Y tengo yo que aprender de ella, aunque no precisamente sobre telecomunicaciones. Y su conclusión, y la mía, es que este cachondeo virtual, sirve de filtro para los pobres de espíritu, también, y nos pone al quite de quién merece la pena y quién no. Y que más vale una colorá…

Ella le da la vuelta a  todo, y en el fondo (y no tan en el fondo), agradece profundamente que no la inviten a bodas a las que no desea ir, que la obvien de grupos muy tóxicos (porculeros, más bien), que la ignoren, por ignorante (¿?), para quedadas varias, o que dejen de mandarle fotos de senegaleses “armados”.

Sí. Mi madre no sufre tanto como pienso. Y creo que la subestimo, y que en realidad ignora adrede, pues me da la impresión, de que su visión tecnológica es más avanzada que la mía o los de muchos que nos jactamos de vivir “conectados”, y que tantas aplicaciones, no valen para nada, si no se aplican, de forma real, a la vida.

Salgo a ella, seguro. Y a veces lo inteligente es hacerse el tonto, el olvidadizo, el atolondrado.

Es una forma sana de estar en paz, y de que no nos persigan, hasta en sueños, las dos puñeteras “palomitas” azules.

Ghosting. Este término se acuñó cuando Charlize Theron abandonó “virtualmente” a Sean Penn. La actriz sudafricana no le devolvía los mensajes, ni las llamadas. Se esfumó. Se convirtió en un “fantasma”, de ahí que a este tipo de conductas para abandonar a alguien sin dar la cara, se le llame hacer ghosting, o fantasmear (pasar olímpicamente de la otra persona, hasta llevarla a la desesperación). Una moda muy cruel.

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