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(A mis compañeros y compañeras de trabajo) Qué buenos aquellos Reyes Magos que me traían espadas de madera, trenecitos de cuerda, mecanos de hojalata... Qué pellizco de ilusión recorría mi estómago hasta la garganta esperando a sus majestades. De no ser por los caramelos que acompañaban a los juguetes, con el mismo envoltorio que los que vendía mi padre en el ultramarino de la calle Cerro Fuerte, nunca hubiera dejado de creer en los magos de Oriente. La cosa es que ahora, de mayor, quiero imaginar que, efectivamente, son magos y altos magistrados que recorren el mundo impartiendo justicia. Esto es, que le traen cosas buenas a la gente buena y cosas malas a la mala gente.

Así que, rescatando aquella inocente fantasía de mi infancia, me dispongo a enviarles mi carta con el deseo de que colmen de regalos a los buenos y que cada trozo de carbón que reciban los malos les llegue directamente a la cabeza. Queridos Reyes Magos: Para mis amigos y mi familia os pido inmensas dosis de felicidad, ese objeto de deseo que no paramos de perseguir y que sólo se encuentra en cada paso que damos mientras dura la búsqueda. Y, para aliviar el camino, un poco de fortuna. Tampoco se trata de abusar del postureo romántico.

El dinero ayuda a ser feliz, mientras no se convierta en obsesión. Y ahora majestades, recogiendo el sentir de mis semejantes cercanos y mis propios deseos, tomen buena nota de los destinatarios del carbón. A los que construyen rejas / los que construyen cerrojos / a los que construyen alambradas / y a los que pegan vidrios verdes en lo alto de las gruesas  tapias...”, como escribía León Felipe, a esos mucho carbón y el anhelo de que algún día no tengan otra salida para encontrar comida y abrigo que saltar un muro lleno de sus propias cuchillas o una de esas gruesas tapias coronadas de cristales.

Mucho carbón en forma de condena social, y también de la que aísla detrás de unos barrotes, para los que ejercen la violencia contra las mujeres, para los que, como dice Eduardo Galeano, "no tienen la valentía de confesar que asesinan por cobardía y por miedo: por miedo a la mujer sin miedo..." Carros de carbón y de desprecio para los gobernantes que envían a los policías a desalojar de sus recuerdos, de su vida, de su modesta vejez y también de su vivienda a una anciana de ochenta y cuatro años. Para quienes legislan para impedir que nos manifestemos contra ese abuso de poder. También para quienes son complacientes con esta élite de inmorales y tramposos que legalizan el trabajo precario, la esclavitud y la desigualdad. Y no olvidaos de sus voceros mediáticos, cómplices necesarios, que contribuyen a la infelicidad de tanta gente cuando esconden o maquillan la realidad exhibiendo su propia indignidad.

Ya sé que la lista de mala gente es interminable, queridos Reyes Magos, pero os pido el carbón más amargo para quien dispuso de la vida de mis compañeros y compañeras de trabajo, señalándoles con su dedo mediocre y arbitrario; robándole su futuro y sus ilusiones... Reservadle vuestros mejores peñascos de carbón, tan negro como su conciencia. Y también a sus aliados, a quienes se alegran, y a quienes se esconden. Y por último, Melchor, Gaspar y Baltasar, vosotros que sois los Reyes de los niños, castigad con una condena ejemplar a quienes les hacen sufrir, a los responsables de que, aquí en Jerez, se cuenten ya por miles los que viven en el umbral de la pobreza mientras las autoridades iluminan vuestro cortejo con un cielo millonario de bombillas y guirnaldas.

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