Lo cierto es que el discurso de la ganadora de tres premios Oscar ha acertado al denunciar un tema poco advertido por la prensa: el peligro del ejemplo.
Aprovechar las ceremonias de entrega de premios relacionadas con el cine y la cultura se ha convertido, con el paso de los años, en una costumbre cada vez más arraigada en el mundo del arte. Lo hemos visto innumerables veces en los Goya (aunque de forma menos frecuente en unas galas que cada vez son más encorsetadas y ceñidas al guión), y ahora ocupa nuestros titulares el discurso ofrecido por Meryl Streep durante la 74ª ceremonia de los Globos de Oro.
La actriz norteamericana realizó una emotiva y sentida crítica al actual presidente estadounidense, Donald Trump, centrándose en el momento en el que se burló de un reportero con un problema de diversidad funcional que le había hecho una pregunta.
“Ese instinto que busca humillar, cuando lo hace alguien en público, una persona poderosa, penetra en la vida de todos porque, de alguna forma, les da permiso a hacer lo mismo. La falta de respeto invita a la falta de respeto. La violencia invita a la violencia”, pronunciaba la protagonista de Kramer contra Kramer, Mamma mía! y un sinfín más de largometrajes.
Pese a sus “patinazos” cometidos en otras ocasiones (recordemos su “perla” vertida durante el mes de octubre de 2015, cuando declaró que no se consideraba feminista sino “humanista”), gran parte de la comunidad de actores, directores, presentadores y otros personajes de Hollywood han apoyado el que se ha convertido en el discurso más viral de lo que llevamos de 2017. “Nunca ha habido nadie como Meryl Streep. La amo”, escribía la popular presentadora Ellen DeGeneres en Twitter como reacción ante sus palabras.
Por mucho que el presidente y estrella del programa de televisión The Apprentice no se tomara demasiado bien esta crítica y la calificara como “una de las actrices más sobrevaloradas de Hollywood” (casualmente, tan solo un año después de ser preguntado acerca de ella y decir que “Meryl es excelente, además de una gran actriz y persona”), lo cierto es que el discurso de la ganadora de tres premios Oscar ha acertado al denunciar un tema poco advertido por la prensa: el peligro del ejemplo.
Si bien Donald Trump durante su corta legislatura no ha aprobado ni intentado aprobar ninguna ley que de forma directa vulnere los derechos de las mujeres frente a los derechos de los hombres, por poner un ejemplo, el presidente es mundialmente conocido por sus declaraciones misóginas, deslices y acusaciones (recordemos que cuenta con un largo historial de denuncias por acoso y abuso sexual hacia distintas mujeres que han trabajado con él). ¿Creemos de verdad que el hombre que ocupa el asiento más admirado y preciado para los patrióticos estadounidenses, no va a ejercer una brutal influencia en la forma de comportarse de los más jóvenes (y no tan jóvenes) de los miembros de su país?
En resumen, Meryl no solo tuvo razón cuando dijo que la burla de Trump hacia el reportero al que superaba en privilegio, poder y capacidad para defenderse fue una de las actuaciones más increíbles (y no en el buen sentido) del pasado año. Meryl también tuvo razón al advertir que debemos ser cuidadosos a la hora de elegir a nuestros representantes, no solo por lo que prometen, sino también por la influencia que ejercerá sobre la población el tipo de persona que tenga poder ante ellos.
Al fin y al cabo, no todos queremos que se validen entre los nuestros opiniones y actitudes tan diversas como el “llamar matrimonio a las uniones entre homosexuales genera tensiones innecesarias” de Rivera, el “la azotaría hasta que sangrase” de Iglesias en referencia a Mariló Montero, o el famoso “¡que se jodan!” de Andrea Fabra en referencia a los parados.
Quizá una de las claves para que la población deje de ser homófoba, machista o clasista sea, después de todo, dejar de encumbrar a personas que lo son.


