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Mintieron durante siglos cuando igualaron Allende a Pinochet. Los extremos no se tocan, cómo van a tocarse si viven en polos opuestos.

Mintieron. Mintieron tanto como los días. Mintieron ayer, mintieron siempre. Mentiras con conciencia, a sabiendas, a bocajarro, como ráfagas de metralla que se incrustan en la piel. Mintieron el sábado al comparar con descaro a Le Pen y Mèlenchon. Mintieron durante siglos cuando igualaron Allende a Pinochet y a Chávez con un caudillo. Mintieron y muchos lo creyeron.

Los extremos no se tocan, cómo van a tocarse si viven en polos opuestos. El racismo del antirracismo se encuentra separado por una tolerancia tan grande como el mundo. El odio tiene la forma de frontera, alambrada, concertinas, muros y naufragios en mitad del mar. La acogida se parece a la silueta de un abrazo, las puertas abiertas y el alivio en la mirada tras dejar atrás las madrugadas en vela y los escombros de la guerra.

Mintieron. Equipararon la bandera del Águila a la de tres colores. Una carga con los muertos, la represión y los fantasmas de una dictadura. La otra representa las urnas, lo democrático y el derecho a no cargar en las espaldas el pueblo con los privilegios de una familia por sangre y herencia. Tergiversaron los términos y la historia hasta sustituir fascismo por populismo, luego lo extendieron contra todo aquel que sólo buscaba una sociedad más igualitaria. Sin distinciones. Radicales igualmente, aunque unos fomentaran la xenofobia y otros quisieran erradicarla.

Apagaron las luces y luego apuntaron con focos a los ojos. Para que el negro y el blanco se convirtieran en el mismo color. Para empujar a la izquierda y sólo aceptarla en el centro. Para que sublevados y republicanos cargaran con los cuerpos descompuestos en las cunetas. Unos bombardearon por encargo y sedientos de poder. Los otros defendieron que un Gobierno sólo se derrocara con los votos.

Fragmentaron, dividieron y contaron la historia que más interesaba. La clase obrera se transformó en media, o media baja, o media alta. Dividida en mil pedazos hasta perder la identidad y verse de pronto con los huesos en un desahucio. La corrupción endémica la tacharon de casos aislados y aun así ganaron mientras gritaban “cuidado” a la gente, para que temiesen perder las migajas. Engañaron. A veces sin disimulo, hasta cantaron el Cara el Sol en el funeral de un cadáver con las manos y su vida manchadas de sangre.

Mintieron. Y hablaron de ETA y de Venezuela a pesar de no saber ubicar el país en el mapa. Calumniaron, fingieron e inventaron hasta fundir la razón y la verdad. Hasta vencer. Hasta derrotarte. 

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