Menos libertad y más pobres

Los que alcanzan un nivel suficiente de riqueza se creen aristócratas, mejores que los otros, y por tanto con derecho a ser ricos y a algo peor: que todos los otros sean pobres

"¡Qué asco!": cartel que expresa repudio contra el intento de la CDU de alcanzar mayoría parlamentaria con la AfD. Una imagen de PabloMtnezCalleja.
"¡Qué asco!": cartel que expresa repudio contra el intento de la CDU de alcanzar mayoría parlamentaria con la AfD. Una imagen de PabloMtnezCalleja.

"Todos hablan de libertad, pero ven a alguien libre y se espantan", decía la remera, camiseta, de Lali Expósito y María Becerra durante la Marcha Antifascista del #1F en Argentina. Las derechas se apropiaron de la palabra libertad para pervertir su significado y embaucar a millones de personas. Lo que le ha quedado de libertad, a la palabra libertad usada por los liberticidas, es la presunta libertad se hacer negocios, de ganar dinero y hacerse millonario. A pesar de que incluso para hacer negocios cada vez hay más grandes corporaciones y menos libertad para los pequeños y medianos empresarios: ni hablar de la situación de autónomos y monotributistas.

No es posible que todo el mundo se haga millonario: el mundo y los bienes son finitos. Sí es posible una redistribución de la riqueza donde todo el mundo tenga lo necesario para una vida digna, y eso se consigue con la verdadera estrategia del derrame: impuestos desde arriba que derramen programas de economía social y garanticen dignidad y seguridad para todøs. El austericidio de la señora Merkel mantuvo los números de la macroeconomía alemana, cayó la calidad de vida de los alemanes durante el mismo periodo, aumentó la cantidad y las fortunas de los mil millonarios y aplazó los gastos de mantenimiento en infraestructuras. Gastos que ahora hay que realizar y son gigantescos: el ferrocarril, los puentes, las autopistas, las escuelas, etc. Los multimillonarios y milmillonarios pueden acrecentar sus fortunas gracias, también, a que usan de las infraestructuras públicas pagadas y mantenidas por los estados. Ni qué hablar de que sin millones de personas que consumen los milmillonarios no venderían lo que les entregan sus fortunas.

La lucha por lograr fortunas cada vez más gigantescas es una lucha contra cualquier competencia en libertad de mercado para los pequeños y medianos productores y emprendedores. La avaricia, unida al egoísmo, en realidad son la misma cosa, es el espíritu de nuestra época, quizá como nunca antes en cuanto a su intensidad. Avaricia que lleva a esquilmar a las clases trabajadoras al máximo, reduciendo sus vidas a existencias mecánicas de trabajo sin límites de horario para la mayor parte de la población, que tiene cada vez menos dinero para su vida imprescindible: los precios de la vivienda y de los alimentos esclavizan, en realidad, a cada vez más personas incluso en las clases medias, que sacrifican sus vidas personales y familiares para obtener la vida más digna posible. La época del ocio se terminó y comenzó ya la vida de la supervivencia, algo que cada vez produce un mayor malestar, unido a la bronca de las clases trabajadoras que apenas llegan a fin de mes, los que llegan. Ello sin pensar en el futuro de pobreza que se nos viene encima contra esas clases medias y trabajadoras: inimaginable. En todos los países industrializados, en primer lugar; en los países en vías de desarrollo, en peor lugar.

Naturalmente hay un fondo ideológico detrás de esta dinámica. Los que alcanzan un nivel suficiente de riqueza se creen aristócratas, mejores que los otros, y por tanto con derecho a ser ricos y a algo peor: que todos los otros sean pobres. Se creen con derecho a decir cómo debe ser la vida de todos, en nombre de su presunto mérito. Su lógica sería que si a ellos les va mejor es porque son mejores, y si son mejores no solo tienen el derecho sino tendrían la obligación de imponer su modo de vida y decidir por todos. Caigámonos del guindo: no hay sitio sino para unos pocos en el olimpo de los ricos.

El olimpo. Si recordamos cómo funcionaba el olimpo, o sea, el mundo mágico de los dioses, semidioses y héroes, recordaremos que todos esos presuntos seres superiores eran enormemente crueles y caprichosos. Y que la sociedad dominada desde el olimpo era una sociedad donde apenas podían sobrevivir los que no eran aristócratas o los artesanos de la época. Es sencillo el paralelismo con los mega magnates tecnológicos y los ‘hombres libres’, que hoy serían todos los dedicados a las tecnologías en posiciones de alguna cantidad de poder o que facilitan el acceso al poder. No es a la Edad Media adonde nos devuelven los actuales mega magnates que dominan el mundo, sino a la oscurísima época arcaica dominada por supersticiones (conspiraciones) y la crueldad de los mejor posicionados en la sociedad.

No es solo que han llegado al verdadero poder, sino que se preparan para mantenerse en él por siempre, y para ello necesitan, como necesitaban los del olimpo de la época arcaica, la crueldad para mantener a raya cualquier protesta. El descontento crece, va a seguir creciendo, y la violencia contra los descontentos seguirá creciendo, excepto que los descontentos sean expresados como se expresó el malestar y el antifascismo en ciudades y pueblos de la Argentina, más de 150, de una forma masiva. Me emocionó, por ejemplo, que incluso Gualeguaychú, se manifestara masivamente contra el fascismo representado por el Gobierno de Milei.

También en Alemania, la manifestación antifascista se expresó en Berlín de manera masiva, o en una pequeña ciudad como Lüneburg. Los últimos acontecimientos en el Bundestag, Parlamento Federal Alemán, donde el candidato a canciller por la CDU intentó hacer mayoría con la AfD ultraderechista la última semana de sesiones antes de las elecciones del próximo 23 de febrero. La extremada derecha del candidato Merz, unida a la extrema derecha de la AfD no solo hablan contra la inmigración y en favor en una ‘cultura alemana directora’ (Leitkultur) que elimine la multiculturalidad. Sus propuestas económicas van en contra del salario mínimo, en contra de los límites a los abusivos precios de la vivienda, en contra de las subidas de las jubilaciones y en contra de los impuestos a los multi y milmillonarios.

Cuando hablamos de fascismo hablamos de disciplinamiento social para aplastar la libertad en nombre de la libertad, a la sociedad en todos sus ámbitos de libertad, incluso en el ámbito de hacer negocios o lograr el éxito fuera de lo que los más poderosos autoricen o permitan. Se trata, como se infiere de lo dicho por Deleuze, de aplastar a la sociedad con la tristeza o con una alegría plana y pre organizada para dominarla mejor, algo que expresó magistralmente Fahrenheit 451, primero Bradbury con su novela, y luego Truffaut con su película. Cuando hablamos de fascismo hablamos de la ideología con la que se articula la violencia contra la sociedad, en todos los ámbitos de la vida, para mantener un orden económico que condena a la pobreza a cada vez más personas y trata de asegurar el supremacismo de una presunta nueva aristocracia. Con salir a las calles y ver cuántas familias y personas habitan en las veredas debería bastar para comprobarlo y volvernos conscientes de la verdadera situación actual.

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