¡Más ministros cabezones, por favor!

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

Las ministras de Hacienda y de Economía, María Jesús Montero y Nadia Calviño. FOTO: Moncloa
Las ministras de Hacienda y de Economía, María Jesús Montero y Nadia Calviño. FOTO: Moncloa

No sabemos de qué estaban hablando el vicepresidente de Derechos Sociales del Gobierno de España, Pablo Iglesias, y la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, en uno de los salones nobles del Congreso de los Diputados. Lo único que sabemos es que la socialista trataba de convencer a Iglesias de que frenara en su argumentación: “No seas cabezón, Pablo”,  dijo Montero en un intento de parar en seco a Iglesias.

Nada más conocerse la anécdota todo el mundo pensó que la causa de la discrepancia se refería a la oposición de los socialistas a frenar los desahucios o los cortes de luz a las familias vulnerables. He dicho bien, socialistas, aunque cualquiera podría pensar que quien se niega a que el niño de una familia empobrecida duerma con calefacción y bajo techo puede ser cualquier cosa menos socialista.

Hablando de cabezonerías. El PSOE lleva sin soltarse del dogma neoliberal desde que lo cogió en 1982 y Felipe González se dedicó a hacer lo contrario que dijo que haría: privatizaciones de empresas públicas, extensión de la educación privada sostenida con fondos públicos, reformas laborales inhumanas que han tenido como resultado que en pleno siglo XXI sea posible ser pobre y tener un contrato de trabajo y venta de los bancos públicos que podrían financiar el nuevo modelo productivo.

A nadie le da por pensar que los cabezones son los socialistas, que llevan 40 años amarrados al dogma neoliberal, unas veces con más decisión y otras, como ahora, con la marcha corta. Se tuvieron que repetir elecciones para intentar desprenderse de Unidas Podemos y gobernar sin ese cabezón que se llama Pablo Iglesias y que defiende los postulados que debería defender un partido llamado socialista en un país con 10 millones de personas en el umbral de la exclusión social.

Iglesias no quiere nacionalizar Bankia, que bien podría ser, ni que los bancos paguen los 60.000 millones de euros del rescate o prohibir las puertas giratorias para que, pongamos por caso, las ministras María Jesús Montero o Nadia Calviño no ocupen ningún asiento en el consejo de administración de Iberdrola en el futuro, como premio a su negativa a acabar con los cortes de luz que sufren las familias más vulnerables.

Iglesias es cabezón porque defiende a la gente que no protagoniza los telediarios, las tertulias radiofónicas o las páginas de los periódicos, mientras que Montero es pragmática porque pactó en Andalucía tres presupuestos con Ciudadanos, que supusieron una bajada de impuestos a los ricos andaluces por valor de 600 millones de euros, y no mostró ningún desagrado a la derechización del PSOE andaluz que ha tenido como consecuencia que ahora gobierne Andalucía la derecha sin miedo. Cuando la izquierda tiene miedo a ser cabezona en defensa de la gente sencilla, la derecha aprovecha el tiro y mete gol.

Que María Jesús Montero se pudiese licenciar como médica y que sea ministra no es gracias a llamar pragmatismo a la renunciar de los principios más básicos, sino a la cabezonería de feministas anónimas o con nombre que llevan 300 años luchando porque la igualdad avance con paso firme. No hay mayor ejercicio de cabezonería que situarse siempre del lado de los poderosos, en el lugar erróneo de la historia, cuando los números hacen posible hacer políticas justas para defender a las víctimas de la pandemia social que supuso la crisis de 2008 y que el coronavirus ha cronificado.

Montero, que es de Sevilla, sólo tendría que darse un paseíto cuando baje a la ciudad por barrios como San Jerónimo, Pinomontano, Cerro del Águila, Los Pajaritos, Macarena, Amate, Polígono Norte o el Barrio de León, en Triana, donde ella se crió.

Le bastaría con irse a comprar el pan a uno de estos barrios en su elegante bicicleta, con la que iba todos los días a trabajar a su despacho de la Junta de Andalucía cuando fue consejera de Sanidad o Hacienda, y poner la oreja en la cola de las tiendas para darse cuenta de que hay miles de familias a las que comprar un bombona de butano les quita el sueño, que acuestan a sus hijos a oscuras, enterrados en mantas, con un yogur de cena y que alargan la leche con agua para que cunda más el desayuno del día siguiente.

¿Habrá mayor cabezonería que negarse una y otra vez a defender a la gente sencilla desde el Boletín Oficial del Estado o hacerlo a regañadientes, como si en ese libro sagrado sólo estuviera permitido escribir con letra grande los privilegios de las grandes eléctricas o los grandes propietarios de viviendas? Más ministros y ministras cabezones, por favor, pero de la cabezonería que sirve para que las familias trabajadoras no se queden a oscuras y sin techo, no de la que sirve para que las eléctricas engorden sus beneficios a costa del dolor de una madre que no pueden ponerle a sus niños la calefacción en invierno.

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