El resurgir de las cafeterías

Carlos Piedras, nuevo jefe de Edición y Opinión de lavozdelsur.es, en un retrato en la redacción del periódico.

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador y colaborador habitual de lavozdelsur.es. Últimamente he publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

Café y tostadas en una cafetería, en una imagen de archivo.
Café y tostadas en una cafetería, en una imagen de archivo.

Siempre he desconfiado de las cafeterías. Ya, ya sé que propiamente solo se puede desconfiar de las personas (lo que incluye la manera en que éstas se organizan, desde los gobiernos a las comunidades de vecinos) y tal vez de algunos animales dotados de cierta inteligencia pero, pese a todo, el caso es que siempre he desconfiado de esos establecimientos llamados cafeterías (no confundir con cafés… que dan para otro artículo), cuando no he sentido abiertamente cierto repelús por ellos.

Y no me refiero a la indiferencia que me producen las actuales, tan en boga en grandes ciudades y que en Jerez se empiezan a ver, esas que te ofrecen todo tipo de cafés —y de otras infusiones— preparados también de todo tipo de formas y que se pueden acompañar con todo tipo de bollería siempre que sea sana… todo ello a su vez, claro, en un ambiente blanco y pastel (en todos los sentidos de la palabra). Qué va. Me refiero a ese plus que en los años 70, 80 y, hasta cierto punto ya iniciados los 90, se daban a sí mismos los establecimientos que se rotulaban como ‘cafetería’. Queridos amigos y amigas en edad, digamos, de merecer –de 45 para arriba saben perfectamente de qué les estoy hablando-, debo decirles que una cafetería no era un bar o al menos no aspiraba a ser simplemente un bar. Eran, querían ser, cómo decirlo… algo más. Eran el sitio fino del barrio, aunque ese barrio fuera uno de clase media o incluso obrera, donde iban las cuatro ‘marquesas’ (los barrios siempre han tenido sus propias ‘marquesas’, no se crean), el pijerío (con o sin dinero) y parejas bien… bien por el mero hecho de serlo, bien porque esa tarde no se iba al centro, al cine o donde tocara. Allí no se jugaba a las cartas ni a los dados (al kiriki tal vez, si la chavalería era educada), ni se gritaba o cantaba y aunque la tele podía estar puesta no estaba a toda hostia… vamos que, efectivamente, las cafeterías no querían ser un bar-bar, aunque lo que en realidad conseguían, en la mayoría de los casos, era que lo cursi —ay, lo cursi— hiciera su aparición más pronto que tarde…

Por poner un ejemplo cercano sobre la naturaleza de la cafetería —y como dirían los periodistas: “en este sentido”— podríamos citar que hace cosa de unos meses el obispo de Jerez dijo que estaba estudiando erigir —ja, ja, la palabra es mía— una en la Catedral, en el Patio de los Naranjos más concretamente. Repare el lector que el monseñor de turno evitó, de manera plenamente consciente, referirse al local en ciernes como un ‘bar’ y eligió para referirse a dicho negocio de carácter tan mundano el aséptico ‘cafetería’, produciendo así una ensoñación de tazones, chocolate, churros y croissants, muy lejos de la ‘dura’ realidad de la hostelería local conformada por la cerveza, la tapa de berza o ensaladilla y sus respectivos manchurrones que, seguro-seguro, no estaba contemplada -es coña- en la carta de tan destacado lugar (quién más hábil, por cierto, que la Iglesia para manejarse con el leguaje: eso sí que es una auténtica ISO 2000).

Ya ven. Es que es así. En realidad, en las cafeterías siempre se ha servido cerveza (y vino y licores y…), lo que con el tiempo hizo que algún avispado dejara de disimular y comenzara a rotular su negocio como cafetería-cervecería, dos términos aparentemente antagónicos y unidos para evitar, es mi sensación, la palabra maldita –que no es otra que ‘bar’- mientras se pretendía abarcar de dicha forma todo el amplio espectro del mercado. Cafetería-cervecería respecto al bar es algo así como la pinza del PP e IU al PSOE en el Parlamento de Andalucía en los tiempos de Julio Anguita, muy parecido. Este cronista está seguro de haber visto por España incluso negocios que sumaban más términos, como esas compañías de tren de principios del siglo XX especializadas en transportar en coche-cama a los ricos de la época y cuyos nombres no terminaban nunca: Restaurante-Cafetería-Cervecería y similares. Pueden jugar con taberna, mesón, marisquería, etc, para hacer la suma de sus tres o incluso cuatro ‘vagones’, al final todo son matemáticas.

Viene toda esta charla, claro está, a cuento de la la decisión de la Junta de Andalucía de permitir que los locales de hostelería puedan abrir toda la tarde (hasta las diez y media de la noche) siempre y cuando entre las seis y las ocho tengan licencia de cafetería y no sirvan alcohol, es decir, que durante ese período de dos horas forzosamente se consuma café, té u otras infusiones, permitiendo refrescos y/o bebidas energéticas que, como todo el mundo sabe, son muy sanas.

Ya ven que la ‘traición’ de esas cafeterías de las que personalmente desconfiaba este cronista era cuestión de tiempo (o de pandemias) que se produjera. Y a los bares con máquina de café que les vaya dando, salvo los que de repente puedan aflorar que tienen licencia de cafetería, aunque no lo exhibieran en toldos y rótulos porque hace mucho que esa palabra -(cafetería’) cayó en desuso para locales normales y más de uno se la ha encontrado mirando el contrato de traspaso, la licencia de apertura o similar para ahora poder esgrimirla llegado el caso o llegado el guardia, que tanto da.

No se crean, que todo esto abre un número infinito de preguntas, como por qué un bar normal no podría, durante esas dos horas, de seis a ocho, seguir abierto para servir solo Fantas o cafés (e infusiones), e incluso al revés, que ocurriría si en ese período, o dos minutos antes, alguien pide en una cafetería alguna especialidad tipo carajillo o café irlandés (¿y si alguien pide solo dicho café o un refresco y vuelca un chorro de alcohol proveniente de una petaca? ¿Lo va a probar el señor agente que llegase de inspección diez segundos después? Es que no acabamos).

Y así todo… un disparate. Uno tras otro hasta el disparate final. Pero como dicen los científicos, está claro que según pasa el tiempo cada vez sabemos más de la pandemia que estamos sufriendo: con estas prohibiciones, por ejemplo, ya sabemos que el núcleo central del coronavirus tiene un montón de moralina, que no deja de ser una enfermedad como otra cualquiera y para la que no hay vacuna…

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