El agravante

Carlos Piedras, nuevo jefe de Edición y Opinión de lavozdelsur.es, en un retrato en la redacción del periódico.

Nací en Madrid, en 1965, aunque llevo exactamente media vida viviendo en Jerez. Soy licenciado en CC de la Información (Periodismo) por la Universidad Complutense. He sido jefe de la sección local del Diario de Jerez y también he trabajado en Información Jerez y el Diario Ya (época de Antena 3). He colaborado con El Mundo, Economía y Empresas, Notodo… Soy socio fundador y colaborador habitual de lavozdelsur.es. Últimamente he publicado el libro ‘Sherry & Brandy 2.0’ y he redactado el guion del documental sobre el vino de Jerez ‘Sherryland’. Todo esto ha hecho que me vaya haciendo una idea aproximada de las cosas… 

Jerez, teñida de rojo por la calima, tiene su propio 'agravante'.
Jerez, teñida de rojo por la calima, tiene su propio 'agravante'. MANU GARCÍA

Esta semana se ha preguntado mucha gente, después de la luz naranja causada por el polvo en suspensión proveniente del Sahara, que para cuando la invasión marciana. O el ataque definitivo de Godzilla. O una simpática plaga bíblica de langostas. ¿Y por qué no algo de zombis? Pandemia, guerra, inflación y desabastecimiento son los cuatro jinetes (si dejamos de lado la separación de Izal, claro) del pequeño pero creciente apocalipsis que estamos viviendo, ahora con el Sahara poniendo luz y polvo al panorama.

Los continuos llamamientos públicos de nuestros dirigentes pidiendo resiliencia –más resiliencia- no pueden ser más oportunas, aunque se echa en falta algún detalle por su parte más explícito hacia Jerez de la Frontera. No se trata de chovinismos, qué va. En esa ciudad mediana o pueblo muy grande, a elegir, que es Jerez de la Frontera –no vamos a ser nosotros ni va a ser ahora donde se ponga fin a un debate que desde hace decenios sacude y enfrenta a su sociedad y que debería formar parte del orden del día de la Academia San Dionisio, al menos de las sesiones que se programan los días en que hay partidos de Champions-, se sufre con el covid, con la guerra de Ucrania, con la subida generalizada de precios y la incipiente falta de productos en las tiendas en la misma medida que ocurre en otras partes de España, claro, pero el problema es que Jerez tiene además un agravante. De hecho, no tiene “un agravante”, tiene “el agravante” –tentado ha estado el cronista de poner la palabra con mayúsculas-.

¿Y cuál es ese agravante, se estará preguntando ya la conspicua lectora, el sesudo lector? El agravante se llama, números redondos, 1.000 millones de euros, 1.000 millones de euros de deuda (incluyendo todos los conceptos) de su ayuntamiento. Lo que vienen a ser, en definitiva, mil millones de agravantes. Por cierto, esta semana, cuando salga por ahí, voy a usar ‘agravante’ en vez de euro, a ver qué tal… A modo de prueba: “¿Cuántos agravantes son estas cervezas?”. “¿Cuántos agravantes dices que vale el yate de ese oligarca ruso?”. “¿En cuántos agravantes se ha puesto el bitcoin?”… No sé qué les parece, ya les contaré cómo me va con la nueva moneda, si veo que se populariza o es motivo de rechazo, pero creo que acaba de nacer otra moneda virtual y esta no necesita tener ‘granjas’ o ‘minas’ en Tayikistán u otros sitios ‘cool’ –jajaja- de por ahí.

El ‘agravante’ forma parte de Jerez, pero también de otros muchos municipios de la provincia, una provincia llena de agravantes en sus dos bahías y en la urbe jerezana, sitios reconvertidos en las últimas décadas y para los que no se prevé otra alternativa que no sea la del turismo, tanto el estacional como el que puede derivarse del panorama mundial en que vivimos y que habría alumbrado al profesional digital nómada (PDN), una especie de hedonista permanentemente conectado a la red, con la faltriquera llena y en busca de la calidad de vida del sur (como concepto), que a este cronista le da que por ahora es más entelequia que algo de carne y hueso, por más que a veces nuestra alcaldesa tenga ensoñaciones con estos señores o señoras para llenar las azoteas del casco histórico de pérgolas y piscinas...

Venga, que como siempre, nos estamos despistando. Cuando todo esto acabe, sea como sea y aunque aún no sabemos cómo, que incluso puede que mal, los 212.800 habitantes de Jerez verán cómo la pandemia terminó, la guerra se acabó, se controlaron los precios y las estanterías de las tiendas volvieron a tener pescado, harina, aceite de girasol, cerveza de marca blanca… pero su felicidad no será total. No amigos, no. Y no porque sean más pobres, que lo serán, claro; qué va. Como el dinosaurio del famoso cuento de Augusto Monterroso, los 1.000 millones de agravantes seguirán allí y lo harán durante generaciones. Como trasunto de una de esas famosas frases que se han acuñado durante la pandemia, a los jerezanos no les queda otra que “aprender a convivir” con los 1.000 millones de agravantes de la deuda de su ayuntamiento. En realidad, no va a ser un problema. Un problema, técnicamente, es una cuestión a resolver o a la que se busca una explicación y como este asunto no tiene solución, pues en puridad no se puede considerar un problema. Y a otra cosa, mariposa. Sobre lo de explicarlo… no sé si viene a cuento a estas alturas. Desde luego, a estas alturas del artículo, no. En realidad, en Jerez de la Frontera ya llevamos tiempo aprendiendo a convivir con 1.000 millones de agravantes: es un ejemplo de manual de lo que es una resiliencia en toda regla…

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