Que este no es el mejor momento para ser de Jerez de la Frontera es algo que todos sabemos. De hecho, no es probablemente una buena época para ser siquiera ciudadano de este mundo, y no hace falta ponerse excesivamente aristotélicos para deducirlo. Ser jerezanos en Jerez se hace más complicado de lo que debería, pues atravesamos unos tiempos en los que la crisis y, en consecuencia, el paro y otros problemas, castigan a un número importante de personas en nuestra ciudad y provocan el hastío de estos habitantes que en ella sobreviven.

Pero no, hoy no vengo a hablar de todo esto que ya saben. Haber nacido “donde se comen las papas enteras” es una bendición que nos debe colmar de orgullo a todos, pero digo “debe” porque no siempre es así. Como antes comentaba, puedo comprender que a los que sufren alguno de los principales males de este pueblo grande les cueste enaltecer aquellos atributos que han hecho de este terreno una marca universal (y tampoco escribo aquí para pedirles que lo hagan), pero lo que sí que ya empieza a preocupar es que desde fuera cada vez sea más difícil presumir de todos esos tesoros.

Vivir más allá de la frontera, como en mi caso, hace que algunos valoremos en mayor medida lo que no podemos disfrutar a diario y nos hace querer más y mejor al solar de albariza donde germinaron nuestras raíces y desde donde hoy junto estas letras. Somos muchos los que añoramos nuestros orígenes, los que no podemos cambiar tan fácilmente el fino por la manzanilla o las bulerías en cualquier esquina por las sevillanas mal tocadas. Sí que es verdad que uno, a medida que va conociendo mundo, es consciente de las muchas tareas pendientes de Jerez, pero, por lo general, el balance es positivo al comparar casi con cualquier otro lugar.

Es conocido por todos que no somos del sitio más cívico, cosmopolita o limpio del mundo, pero sabemos amarlo con todas sus imperfecciones, que es lo que ocurre con los amores de verdad y es una definición que se aleja del conformismo. El problema llega cuando, en la tranquilidad de cada uno de los que estamos lejos de casa, nos toca decir de dónde somos. Mejor dicho, no al tratar de explicarlo, sino más bien cuando nos responden. Es algo así: —¿Tú de dónde eres? —¿Yo? Pues de Jerez. —¡Ah!, de Cádiz. —De Jerez. —Bueno, lo mismo es. —… —Oye, de allí es Álvaro Ojeda, ¿no? Bien, a esto me refiero. Y en el lugar del nombre de este personaje que golpea su mesa al grito de “¡Carajo!” pueden perfectamente intercalarse otros como Pilar Sánchez, una tal Aguasantas (que no es de Jerez, pero maldita fue la hora en la que decidió mudarse) o algún pretendiente musculoso del programa de Emma García. Sí, señoras y señores, eso es Jerez para algunos. Caballero Bonald, los caballos o el Tío Pepe no existen.

Ni siquiera José Mercé o ya, tirando por lo bajo, qué menos que Jaime Cantizano. Nada de eso. Jerez ahora es visto desde fuera como un nido del que emergen personajes de lo más casposos y, en definitiva, la fauna más friki del panorama nacional actual. Y no crean que todo esto es una campaña de desprestigio orquestada desde fuera ni una injusticia casual ante la que vernos desamparados; ni mucho menos. Este es el fruto que ahora recogemos por no haber sabido defender lo que tenemos y lo que somos. Esto no es sino el resultado de haber creído que de nada sirve lo que podamos hacer en pro de construir la imagen de nuestra urbe. Aquí hay un proceso con dos partes bien diferenciadas, es algo parecido a esa separación entre las inyecciones de dinero a los bancos y el crecimiento de la economía real, para que me entiendan (que desde que estalló la burbuja inmobiliaria, como sabemos, nos convalidaron la carrera y ahora somos economistas).

Aquí, nuestro cuestionado Consistorio, al menos sí que ha movido ficha para hacer que el nombre de Jerez pasee internacionalmente de la mano del vino o del motociclismo. Sin embargo, por otro lado estamos nosotros, los curritos, mindundis y donnadies, quienes debemos preguntarnos qué estamos haciendo por el bien de Jerez. A veces, ya les digo yo que poco. Nos dedicamos a reír las gracias de estos chuflas, aplaudiéndoles mientras les colocamos una alfombra para que caminen o defendiéndoles a capa y espada como si nos fuera la vida en ello. En las redes sociales huele a nardo sólo de los pétalos que algunos les habéis lanzado. Ya está bien de tanta risita cómplice y de tanto seguir los pasos de estos maleantes como su cohorte real particular.

Eso sí, como buenos jerezanos que somos, nos desmarcamos de Cádiz con el fin de no perder la identidad que nos caracteriza. Ahora casi que envidio a nuestros vecinos, pues son noticia en estas fechas por ser la cuna de la libertad, la ironía bien llevada y el ingenio. Y nosotros aquí, lidiando con estos obstáculos para defender lo que somos cuando estamos lejos, por culpa de los que dan cancha a quienes deberían ser los productos menos ilustres de nuestra cosecha.

Ojito, porque “muchos pocos hacen un mucho”, y de nosotros depende lo que los demás sepan de la capital del flamenco, la que desde Cádiz definieron hace no tanto tanto como la que tenía “las llaves del compás y del arte de este mundo”. Ahora gozamos de las herramientas suficientes para ronear de Jerez al mundo desde casa y con buen gusto. A ver si es verdad que lo demostramos, porque otorgando publicidad a nuestros peores representantes no lo estamos consiguiendo. Jerez, quién te ha visto y cómo te ve…

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