Al maestro Jesús Cuesta Arana

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Agustín Coca Pérez

Bronces paterneros. Al maestro Jesús Cuesta Arana
Bronces paterneros. Al maestro Jesús Cuesta Arana

Hoy se marchó Jesús cabalgando en un relámpago en su último vuelo. Hoy ronca mi tierra de dolor y se enlutecen los montes que se arañan locos de dolor. Jesús Cuestarana nos dejó solos, huérfanos en una tierra que se empequeñece sin su presencia. En medio de esta honda tristeza quisiera decirle al mundo, maestros, quien eras. Hoy  amigo admirado, querría contener mi desespero para hablar de ti.

Te recuerdo de niño paseando con tu pelo rojo por las calles de Alcalá de los Gazules. Comencé a disfrutar de tu pluma en los “vuelos” imposibles que alzaban la memoria de los hombres y mujeres olvidadas de nuestra Andalucía. Tus letras, en los ochenta, humedecían el ambiente hosco de la moralina del día a día, mientras recuperaba con ternura las batallas de la cotidianeidad perdida en la desverguënza del tiempo. 

Más tarde, amigo mío, conocí tu obra pictórica desde donde lanzabas dardos directo al pensamiento. Nos traías el mundo que ansiábamos y soñabamos… al que amaste y exigiste como el que más. Tu “Romería Pagana” inmortalizada por Jerome Mintz en “El día de la Virgen” retrata a los camperos, al séneca borrachín de la taberna, al niño meón…y a  los cuerpos desnudos de las mujeres eternas, al sexo perdido en la banda de música y al pecado de los curas cucarachas, como sólo tu sabías colorear. Tú nos pintabas un mundo de mujeres abocadas a la  rebelión sistémica y ácrata, y nos hacías creer en esa libertad que, como decías, era más importante vivirla que tenerla. 

Tuve la ocasión de presentarte una de tus obras más íntimas y particulares: Del Aire al Bronce. En sus páginas te muestras en carne viva, desde la privacidad del momento creador del artista. Y me enredaste en un viaje hacia las entrañas de Andalucía a través de tu otro pueblo, Paterna de Ribera, que hoy se despierta huérfana y rota…Un viaje a tu identidad, a nuestra memoria. Trayéndola a borbotones y con suavidad. Como las aguas que nutren las gargantas de las albinas serranas, para destilarla poéticamente con la honda sabiduría de las gentes del campo a las que tanto amaste, de las que tanto aprendiste, a las que tanto diste. 

En aquella ocasión pude acompañarte y aprender de tu saber de viejo maestro. Porque eras el experto “en representar no solo la cara de una época, sino los miedos y las esperanzas del ser humano revestido de símbolos e imágenes.” Porque, tú Jesús tenías la fórmula magistral, el método, que sólo el viejo experto puede emplear para crear: “No se puede escribir ni una sola línea del vino sin haberlo bebido, como no se puede oír un cante por soleá sin haber vivido antes su grito trágico”. Tan sólo así pudiste representar en un bronce todo el pueblo de Paterna. Desde tu compromiso con  “cinco siglos de sudores y lágrimas de luces y oscuridades, de vientos y escarchas, de historia y de memoria, del primitivo quejío del hombre del campo que canta, de la trilla y la fragua y la saeta en la penumbra de la calle”. Sólo así, tú como artista eras capaz de retirarte a tu estudio alcalaíno y a crear en soledad porque como decías, maestro “No hay nada más serio que un niño jugando solo”.

Tu sabías embarcarnos en un eterno primer impulso de cunita de feria hacia el vaivén infinito de nuestra  memoria, desde los materiales que empleabas en tus esculturas. El barro “Con la misma devoción, la mujer y el hombre han amasado la harina y el barro” y “los niños primitivos –como el que escribe– jugaban con los muñecos de barro.” Pero nadie como tú sabías hablar del barro y mezclarlo con Goethe, Miguel Ángel y la tragedia de Andalucía: “Por la tierra colorá viene la abuela!”. “¡Por la tierra colorá viene la Guardia Civil!”. “¡Por la tierra colorá vienen los Reyes Magos!

Tu amor al cante lo expresaste soberbiamente en la obra que regalaste para la eternidad a Paterna y a sus cantaores. Y a  las mujeres que siempre sacaste del castigo del Eden. Permíteme maestro que recuerde tus palabras contenida en aquel libro: “El cantaor paternero, más que nacer, brota de la tierra. (...) los partearon a la vez las madres y la tierra al pie de los surcos o la besana, en el viento y noria de la era, al sonido del esquilón y el cencerro; en el oleaje del trigal, en la sementera y la plantación; entre el calabozo y la zoleta echaron al viento sus primeros quejíos, el campo y sus fatiguitas de muerte. “Había mucho trigo y poco pan” “Uno canta lo que ha vivío y sufrío” “Cuando estaba reventao de trabajar en el campo, me ponía a cantar y me aliviaba, me desahogaba”.

“Sabios pensamientos que explican por sí solos la primera punzada o el primer arañazo del cante. Un solo paisaje verdadero –el campo– para tres dioses distintos del cante.” Y homenajeaste a todos los cantaores de Paterna a través de sus tres figuras universales: El Perro, Niño de la Cava y Rufino. Frente a ellos la imponente presencia de Dolores la Petenera cantando por ella misma, en un grito desgarrado en la transparencia...Está sentada al pie de un laurel que es símbolo de la sabiduría, el poderío y el triunfo(…) El pájaro tampoco es libre porque depende del cielo”.

Allí en aquel libro te defines, compañero, escribiendo de ti, del tiempo, de nuestra tierra. Y narrándonos la significación de los motivos que esculpes nos retratas a nosotros  “Dentro del retablo –ya en bronce fresco– persisten la claridad y la sombra de una persona que desde el barro al bronce ha ido retratando y sacando a la luz el aire y la memoria del pueblo; un pueblo vivido y desvivido cada día con el peso de su historia y con el trabajo y los días, desde la flamancia del trigal a la fruta inverniza, y las fatiguitas de la vida para que no falten la sal, el pan y el aceite.” Y confiesas “He visto como una parte de mi vida se ha escapado en ese sueño de bronce” Es sublime el homenaje que haces al jornalero andaluz que el tiempo lleva de tajo en tajo, de la tierra a la costa, de albañil a campesino y siempre de vuelta a su pueblo. Y los piensas, los pintas, los fundes en tu obra de bronce: “En el otro lado se retrata el campesino; la mirada puesta –como el albañil– en el horizonte, hacia el futuro.

En su semblante se pinta la llaneza arquetípica del campesino que del monte a la vega, desde el hacha a la azada, ha dejado a jirones su vida. Doctorado por ciencia infusa en los saberes del monte.(...)bendito en las entrañas y misterios de la tierra.(...) y rematas: “El albañil y el campesino, uno desde la línea vertical y otro desde la horizontal, han ido dándole espíritu y músculo a la vida del pueblo, como una espiga que brotara en el agujero de un ladrillo.” El homenaje al jornalero andaluz lo redondeas en la descripción de la tuna como “sencillo homenaje a la planta que tanta “hambre alivió” en los malos tiempos”, de los higos chumbos “una especie de terrón de azúcar en las bilis de la pobreza” y al irredentismo libertario cosido en las entrañas de lo que somos, a través de la imagen que describes de cuatro cabrillas que se confrontan con cuatro toros de lidia. ¡Cuantos siglos de pelea social! ¡Qué alegoría al mirar de tú a tú y a los ojos al que esté al lado, tenga lo que tenga! ¡Y los cuernos de las cabrillas no tienen nada que envidiar a las reses bravas!: “Cuatro toros y cuatro cabrillas, ocho cuernos en desigual suerte, una humorada.”.

Querido maestro, nos diste lecciones, desvistiendo tu alma de artista buscavidas en el balanceo del mundo: “Si enflaquecemos nos llamarán Quijote y si engordamos, Sancho. Se fija poco la gente en lo que hay por dentro, por eso siempre vamos volando a pique de darnos siempre el trastazo. Lo de siempre.”

Fuiste remate maduro de la obra madura. Contigo, Cuestarana, andamos los caminos deteniéndonos en el tiempo, en la memoria colectiva, en el susurro de las levanteras de sueños, en los momentos de historia y recuerdos adheridos a las lonas del tiempo. Y nos acercaste  con tus obras las pergañas de los campos andados. Viviste la historia de tu ayer, de tus calles hoy enmudecidas, de tu pueblo, del mío, de nuestra tierra andaluza soñada, ansiada, querida, tan desmemoriada, tan sola. 

Porque eres la suma de la emoción y del tiempo. Porque eres parte de la respuesta de saber la cantidad de llama que cabe en la luz de una vela. Porque hoy no sabe conjugarse el verbo vivir.

Maestro te fuiste para siempre al infinito conversando con tu admirado Belmonte y nos dejaste aquí...en un mundo más feo sin ti. Gracias Cuestarana, por tanto como nos distes. Gracias maestro.

Agustín Coca Pérez es profesor Titular de Antropología en la Universidad Pablo de Olavide

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