Madrid, en una imagen de archivo. FOTO: António Alfarroba (Flickr.com)
Madrid, en una imagen de archivo. FOTO: António Alfarroba (Flickr.com)

Madrid es una ciudad maravillosa: acogedora, cosmopolita, trabajadora, elegante, transgresora, popular, resistente… son sus gentes quienes le dan esos y muchos más y mejores calificativos. Me encanta Madrid, especialmente en otoño. Por lo que respecta a la Comunidad, recuerdo una geografía hermosa y una ciudadanía amable. No es de personas ni de territorio de quien hablo en el título de este artículo, evidentemente.

Madriz es el poder, el centro del poder, y por eso es la metáfora de un territorio delirante más parecido a Gotham City que a Macondo. La actividad de Madriz es el poder. El PIB de Madriz es el poder, no produce ninguna otra cosa pero se apropia de los beneficios y distribuye los desvaríos que genera el poder. Poder real, sustantivo, singular y masculino casi siempre. El poder no es un significante vacío, es real, material, concreto y abstracto al mismo tiempo, frío, la mayor de las pasiones y, paradójicamente, la menos sujeta a arrebatos.

El poder atrae, provoca, subyuga. En muchas ocasiones, el afán de poder  engendra tensión, conflicto y destrucción, se nutre de individualidad y genera soledad. El poder absoluto es el desplazamiento, el desequilibrio, el aislamiento, la soledad absoluta.

Por eso las sociedades democráticas contemporáneas han puesto filtros, procedimientos y toda clase de parapetos para controlar, fragmentar y compartir el poder. La izquierda, como ideología concretada en diversas opciones partidarias democráticas, ha planteado como elemento irrenunciable que el poder sea, además, una herramienta para cambiar la realidad en favor de las personas más vulnerables y desfavorecidas. La gente demócrata y de izquierda hemos convenido que la única manera de impugnar el poder singular es ponerle un sujeto que sea comunidad y conjugarlo en plural. Eso hizo la gente de Andalucía.

De ahí que si Madriz es el problema por ser el centro del poder, Andalucía es la solución por ser periferia. Andalucía es comunidad, porque su voz colectiva se levanta siempre frente a las injusticias del poder, porque no es patria sino matria de cuidados. Andalucía es desvergonzada y rebelde frente a los fuertes y acogedora con los débiles, porque hasta en el dolor y en el sufrimiento mantiene la dignidad incorruptible.

Andalucía es la única posibilidad de equilibrio en un estado desequilibrado y descompuesto como el que habitamos en esta hora. Las y los andaluces conocemos el dolor de la pobreza, el paro, los desahucios, la eterna emigración… y, a pesar de ellos, mantenemos la cordura y la cultura de comunidad: la solidaridad y la fraternidad.

Aterrizando en lo concreto: la izquierda se rompe en Madrid en agonía por el poder. No es Andalucía quien rompe sino quien puede restaurar. Si Andalucía llega a alzar su voz en el núcleo del poder político, en el Congreso de los Diputados, habrá esperanza para la gente, para las clases populares de nuestra tierra y de todo el estado. Y habrá estado social y reequilibrio territorial.

Para que esto ocurra, hace falta una herramienta andaluza colectiva no una aventura particular. Una herramienta cooperadora pero sin permiso de Madriz. Una herramienta de gente audaz que puede soñar despierta y dormir sin pesadillas. Lo dice el Shakespeare maduro de su última obra:

Estamos hechos de la materia de los sueños y un dormir rodea nuestra breve vida”, Próspero. La tempestad.

Y es una verdad pétrea, no líquida, antigua como la luna y cierta como el aire que respiramos.

De lo contrario no hay esperanza.

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