La luz del Carnaval

El Carnaval puede, además de no ser luz, volverse oscuridad, pongamos a Martínez Ares con sus coplas alambicadas e inentendibles

Carnaval de Cádiz, dentro del COAC. En la imagen, cuarteto Los cocos de Cadi.
Carnaval de Cádiz, dentro del COAC. En la imagen, cuarteto Los cocos de Cadi.

Se preguntaba nuestro compañero Emilio Cabrera si el Carnaval ya no era periodismo en Cadi, dada una creciente falta de compromiso con la crítica social en el Concurso Oficial de Agrupaciones Carnavalescas. Con razón y por varias razones.

El Carnaval tiene esa función, la de hacer visible lo que no se puede ver tan fácilmente. Ustedes saben que sigo defendiendo mi tesis de que el Carnaval es un ritual contra la oscuridad desde tiempos de los que no tenemos recuerdo. Así, el periodismo, por ejemplo, es la actividad que sacaría de las sombras lo que los políticos corruptos esconden, los malos espíritus arcaicos que habitan en la oscuridad, que sería la política corrupta

El Carnaval puede, además de no ser luz, volverse oscuridad, pongamos a Martínez Ares con sus coplas alambicadas e inentendibles, y no porque nos vaya a faltar sensibilidad, sino porque le abandona la coherencia significativa de lo que dice en total. Empezando porque él se ha considerado de izquierdas muchas veces, lo cual confunde y equivoca respecto a varias cosas que dice bajo la capa de que es una oveja negra, un gran cajón de sastre. Si habla de cucarachas y otras cosas que se comen y se lo compara con “cosas peores te habrás metido en la boca”, un verso de pelo referido a la fellatio que seguramente producirá alguna risa que otra, aunque no sé si se piensa bien en el verso. Porque, hablemos claro, hay un doble sentido maestro que busca crear nuevas relaciones de significado, y eso es lo que ofrece la sorpresa y la sonrisa o la risa inteligentes. El humor, a diferencia del humor blanco, de teléfono italiano o la grosera astracanada española, es ese doble sentido tan gaditano que no sirve para rimar versos sino para convocar inteligencias.

Hacer letras en otros idiomas no es la última polémica, sino decir en un pasodoble en catalán medias verdades propias de políticos partidistas que buscan el descrédito de una posición política legítima y tan respetable. ¿Cómo? Em primer lugar tratando de borregos a quienes no piensen igual que quien lo canta. Empecemos con “la puta España, un país de represión” y la orden de la Fiscalía por presuntas investigaciones delictivas en el caso Cataluña por parte del Gobierno de Mariano Rajoy, lo que al menos exigiría algo de cautela periodística. Ni que decir de las imágenes, y las condenas, por la represión durante el llamado referéndum que no tenía ninguna fuerza vinculante legal. 

Sigue denominando “la guerra de los presupuestos” cuando se refiere a la normal negociación política en el Congreso de løs Diputadøs; pongamos como comparación la paralización de la renovación del Consejo General del Poder Judicial para la que, a diferencia de la negociación catalana por la amnistía, el Partido Popular practica el abandono de sus obligaciones constitucionales. Hace, Martínez Ares, una valoración democrática ajustada a su posición política partidista acusando a “los catalanes” de que les importaría una polla y utiliza la palabra nación para que se entienda como todo el territorio español, un uso claramente ideológico.

Enumera la lista de las comunidades autónomas y se olvida de que todas son muy desiguales, empezando por Euskadi y Navarra que tienen un concierto económico y una ley del cupo que las hace casi federales, y que disfrutar de ese mismo régimen económico es una exigencia por parte de Cataluña, algo que deberían exigir todas las demás. España, constitucionalmente, es un mamarracho: porque está diseñada para ser federal y no lo es. Y no lo es por la famosa unidad de España defendida ideológicamente como si solo hubiera una ideología de bien.

“Con siete votos han vuelto a resucitar a Franco” es lo que llamaríamos periodismo amarillo o pseudo periodismo. Termina con que si no quieren ser españoles “que se vayan”: esto es precisamente lo que querían, irse, y no les dejan, y Martínez Ares mismo les dice que se vayan pero les dedica todo un pasodoble para decirles que no les van a dejar irse. Toda esta falta de coherencia significativa, ya conocida también en su Perro Andalú, es lo que aporta de oscuridad a un Carnaval que quisiera ser luz.

Luz en varios sentidos, ahora que en Brasil puedo observar cómo un barrio se hace visible gracias al Carnaval, primero ante sí mismo. Un barrio que formó una escuela de samba como medio de integración social y de recuperación de su vida comunitaria: Lomba do Pinheiro, el barrio con más dengue de Porto Alegre.

En el centro de Porto Alegre pude vivir ese ritual de luz en el que nombraban palabras y frases contra la oscuridad de la tristeza, contra su actual prefecto; cómo el Carnaval hace visible, también contra la oscuridad de la ocultación, la diversidad de sus habitantes.

Carnaval es luz, sin ninguna duda, por más que en el largo proceso histórico que carga sobre sus espaldas, el cristianismo le adosara ser la oscuridad moral, solo porque para ese cristianismo la única luz posible era la suya y ya vemos con qué luz nos viene alumbrando desde hace siglos.

Carnaval es, con su sátira, sacar de las tinieblas a los que quieren esconder sus vergüenzas practicadas desde una posición dominante. Con su doble sentido, el Carnaval cultiva la inteligencia. Con su arrogancia ideológica esconde, el COAC, a los malos espíritus de las tinieblas, malos espíritus que hay que espantar, como todavía hoy se dice en Alemania atribuido al Carnaval:  böse Geister vertreiben; espantar a los malos esüíritus.

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