Juan Manuel Moreno, en el final de campaña del 19J.
Juan Manuel Moreno, en el final de campaña del 19J.

Da pena cuando se acaba la campaña electoral ¿verdad? Este verano se presume largo, con una ola calor sofocante y sin Mundial de fútbol hasta noviembre. Bien pudiera haber durado la campaña un poquito más e igual la izquierda hasta remonta como el Madrid en la Champions.

Deberían emitir series televisivas electorales, voting reality o road voting. Porque en estos días, con este sosiego, Juan Manuel Moreno se ha permitido hacer una estatua gloriosa. Tú échate atrás. Levanta el mentón. Conserva la posición. No podemos decir otra cosa: estas elecciones han sido comedidas, incluso ejemplares.

—Las elecciones de la calma chicharra- dice mi amigo que hoy se siente ingeniosoes decir de una calor que obliga a detener los pasos bajo un plátano de sombra, y luego…-

-Y luego… a seguir hasta la próxima sombra sin mayores aspavientos- le termino yo la frase.

Sólo en alguna escaramuza sin importancia, ha hecho falta poner el grito en el cielo y ofenderse. Pero nada de sacar al valentón andaluz que retratara Cervantes: “El que dijere lo contrario miente. Y luego, in continente, caló el chapeo, requirió la espada, miro de soslayo, fuese y no hubo nada”.

En esta ocasión, la espada quedó envainada, no en cambio el pañuelo para enjugarnos el sudor al bienestar de la sombra de este plátano que se llama Estado moderno, y luego… luego gobierna igual la una que el otro.

-Son las elecciones democráticas: el momento grave donde el pueblo se retrata como soberano, dice mi amigo buscando de nuevo un amable camarero que nos sirva unas cervezas.

-Libertad y responsabilidad, amigo. Ahí les has dado-, le he apuntado yo a lo Sartre en su defensa democrática, y continúo: No es una fiesta, ni siquiera como el Carnaval, la más democrática de todas las fiestas. Disfrazados podemos creernos la quinta esencia de la cultura desde los tiempos de María Castaña o el pueblo levantado en armas, y luego…

-Mira, lo que queremos es disfrutar del anonimato y la libertad. Para eso ponemos al administrador en San Telmo y con un contrato de arrendamiento de sólo cuatro años ¿no? ¡Que se exponga el político a los peligros de ese mundo que casi nadie quiere para sus hijos!- dice mi amigo como imitando a alguien sentencioso.

-Un votante medio como nosotros sabe, por experiencia propia, que la tentación del poder le llegará al político y luego… luego ya habrá tiempo de poner el grito en el cielo, sacar la espada, y trocarlo por uno nuevo. Pero ahora para qué cambiar.

-Yo creo -dice mi amigo ya muy apaciguado-, que en nuestra tierra es el puesto perfecto para poner a uno que moleste poco, que no parezca más inteligente y tampoco muy ambicioso, no vaya a ser que nos obligue a liderar algo. Mientras nos dejen tranquilos y sin preocupaciones…

-¿Y luego?- le pregunto yo con la guasa de la cerveza.

-Luego ya se verá…- dice él mirando a otro lado.

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