Cámara de Comercio con la iglesia de San Juan reflejada en su ventana
Cámara de Comercio con la iglesia de San Juan reflejada en su ventana

Las imágenes del ferial de Málaga, de la calle de Preciados de Madrid, o las que pudiéramos haber hecho en tantos otros lugares, muestran masas de gente ajenas a la realidad, y que las autoridades se manejan todas a la sueca, aunque hagan mohines mojigatos en contra. No parece verdaderamente justo que haya varias miles de personas multadas por no respetar las normas higiénicas de seguridad, que haya habido manifestaciones donde esas normas no se han observado ni exigido, y que la prensa nos ofrezca el espectáculo de miles de personas de compras por navidad que no serán multadas ni apercibidas. El Estado se desacredita a sí mismo, y la idea de igualdad en la aplicación de las Leyes vuelve a ser una broma.

Al principio, las autoridades estuvieron desbordadas, luego que tuvieron tiempo para prepararse, siguieron desbordadas. Da la impresión de que todos los gobiernos hubieran tomado la vía sueca, en realidad, sin querer aceptarlo públicamente. Salvar la navidad es salvar el sistema, como salvar el comercio y el turisteo que produjo mucho o todo de la segunda ola, fue salvar el sistema. El sistema se resiste a ser modificado. Un sistema basado en el consumo, en la satisfacción social que produzca el consumo, en la idea de libertad que ofrezca el consumo: “Yo quiero ir a comprar y voy”, así caiga quien caiga. Y muchøs con su máscara, a pesar de que cualquiera sabe que además de mascarilla hay que mantener la distancia.

Toque de queda, tiendas abiertas. La apertura de las tiendas al principio del verano fue lo que devolvió la vieja normalidad a las ciudades y la que desactivó las prevenciones de los ciudadanos. Nadie educó a nadie para una nueva normalidad, se restableció la vieja normalidad y solo se sustituyó vieja por nueva. De facto se está aceptando que todos nos contagiaremos y se deja que ocurra. Si se hubiera deseado una nueva normalidad se hubiera actuado en ese sentido. No se hizo ni se está haciendo. También por eso llama tanto la atención que las ultraderechas y otros populismos, los anti vacunas en primer lugar, protesten cuando lo que se está haciendo es consolidar el viejo sistema ignorando la pandemia.

La vacuna no ha llegado, así que de momento no tenemos vacuna, se diga lo que se quiera. Incluso si llegara se tardaría al menos entre un año y dos en poner la pandemia bajo control, ello manteniendo las medidas higiénicas de seguridad incluso los vacunados. Y ya los visiones son una nueva amenaza sin haber neutralizado la anterior. Pero las autoridades encienden las lucecitas que se parecen cada vez más a las lucecitas que se veían a lo lejos en Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, donde en realidad aparecían cuatro. Encienden las lucecitas y los-que-piensan-por-la-tangente, todos esos conspiranoicos, están ahora con el Gobierno a partir un piñón, mientras los suecos dan marcha atrás lo más discretamente posible.

El desastre está cantado, como estuvo cantado antes de que se abrieran las puertas a la pandemia el pasado verano. Entonces había que salvar el verano, luego no se ha podido salvar a los enfermos ni a los muertos del otoño; ahora hay que salvar la navidad, cuando llegue el invierno veremos las masas de enfermos y muertos, y el Carnaval prohibido. El Carnaval capaz de poner en solfa lo que hacen y dicen los gobernantes. Se argumenta que la navidad no es un evento de masas. Las fotos dicen lo contrario, y no ha llegado todavía la Nochevieja. Cuatro semanas para el advenimiento de la tercera ola, otra para el advenimiento del nuevo año y la sexta para la Epifanía, con su cabalgata, que abrirá por fin la nueva realidad. Cabe preguntarse si la de los cementerios o si hay que empezar a dudar de que la pandemia exista.

Eso sí, con las lucecitas se ha conseguido olvidar que los hospitales están llenos porque había que salvar el verano, con sus viajes, sus hoteles y sus terrazas. Todo lo cual produjo una sensación bastante generalizada de que aquí no pasaba casi nada. Mientras hay miles de familias y millones de personas que no son libres para poder alimentarse ni son libres para poder vivir con un techo sobre sus cabezas, y el metro sigue lleno. Toque de queda, ¿para qué? Es como en esa mentalidad mojigata en la que a las jóvenes se les prohibía salir de noche con sus novios, porque por la noche todos los gatos eran pardos. A la vista está que el día es largo. Las compras y las lucecitas hacen olvidar hospitales llenos y cientos de funerales diarios. ¿Necesitamos normas o no? Si las necesitamos hay que cumplirlas, y para cumplirlas solo pueden ser normas dictadas con inteligencia. ¿O la estrategia es culpar ahora a las personas para endurecer draconiamente las normas?

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