No sabe que le quedan cuatro minutos de vida. No lo sabe nadie. Sólo yo. No lo sabe él ni la tormenta que ya llega; tampoco su madre que en este preciso momento lee prensa rosa bajo el árbol sin nombre..., y menos su padre que encerrado en su cuarto únicamente atiende los pormenores de su club de fútbol que nada le dará salvo un saque al vacío -tres años mal contados desde hoy- y sólo tras morir de un resfriado mal curado y contraído, paradójicamente, en la grada de su querido equipo cuando portaba su carnet de socio, con un ochenta y tres dibujado junto a su rostro, en el interior de su chaqueta gris de todos los domingos.
Será así. Sus padres no lo sabrán hasta que la policía llame, a la que todavía es su casa, una hora después de que se le pare el corazón para siempre; como nadie sabrá de su muerte a escasos metros a la redonda de su cuerpo inerte porque nada es para el mundo; su vida se convertirá en un tumulto, en una simple anécdota para aquellos peatones con prisa de la otra acera; sólo tendrán la certeza de su fallecimiento aquellos que tengan la dudosa sangre fría de cruzar la avenida y acercarse al lugar donde ocurrirá todo; incluso habrá familia de sangre -como la que se derramará sobre el asfalto- que tendrá la noticia de su muerte semanas después de este Hoy cualquiera.
Le quedan dos minutos cortos de existencia y no lo sabe; ésto le impedirá despedirse de su familia y de sus cosas, y es muy curioso porque ahora escribe, en su móvil de seiscientos euros, un “te veo + tarde amor” que no tendrá cabida ni lugar en nuestro presente más cercano ya que en breve le resultará inalcanzable.
Empieza a llover atropelladamente. El cielo escupe tragedia al tiempo que se abre de par en par para acogerlo..., aunque para él todo continúe igual.
Ya tiene los pies empapados. Llueve sobre mojado. Nunca se compró un buen par de zapatos de agua porque piensa que en su tierra siempre hace buen tiempo. Suena un aviso cómico a su móvil. Es ella, su chica, y que será de otro -nunca del todo- un año y medio después de este Hoy corriente. Está pensando que esta noche irá a un buen restaurante, que ya está bien de tanta comida china sobre la rueda trasera de su scooter. TQM. Llueve. En el interior de un coche hablan acaloradamente, en el 1.134 de la Onda Modulada, sobre el futuro gobierno de la nación. No funciona el parabrisas. Llueve -y lo continuará haciendo toda la eternidad- durante su último segundo sin despedidas.
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