La pandemia en Buenos Aires, en una imagen reciente. FOTO: SANTIAGO SITO
La pandemia en Buenos Aires, en una imagen reciente. FOTO: SANTIAGO SITO

Hace apenas tres meses, no sabíamos que el 2020 que recién se avecinaba iba a estar signado por uno de los virus más nocivos de la historia. Quizás por desconocimiento, quizás por distracción; tal vez fue la soberbia del “a mí no me va a pasar”. Lo cierto es que mientras escribo estas líneas ya hay en el mundo 2.982.647 infectados, 206.342 fallecidos y 875.299 recuperados por el coronavirus. Muchas actividades se han detenido y cada día hay más personas que ingresan en la línea de la pobreza; la ayuda del Estado, en el mejor de los casos, resulta insuficiente. 

La primera pregunta que quiero esbozar en este escrito refiere a todo aquello que se configura como “lo decible” en este momento cruento, más bien a ese conjunto de enunciados de filósofos y pensadores de los distintos países del mundo (en su mayoría europeos, claro) que tanta disputa por el sentido de la palabra instalaron: De Agamben a Espósito y de Espósito a Nancy; de Žižek a Han y de Berardi a Butler, todos opinando al respecto, más bien construyendo discursos que Raymond William denominaría como “residuales”, dado que muchos de ellos corresponden a cuestiones ya escritas en los últimos años (y que no por eso tienen menos valor). La pregunta concreta es: ¿cómo hacer discurso en esta época de pandemia? ¿Qué puede decirse que no se haya dicho? En primer lugar, me interesa contar la experiencia que estamos viviendo “en el sur”, si es que esa cartografía de fronteras y divisiones casi siempre artificiales es justa con nuestro pueblo Latinoamericano. A diferencia de los países europeos, pareciera que Argentina y sus territorios vecinos han manejado la situación del Covid-19 de manera diferente.

Gilles Deleuze decía que admiraba la cultura oriental porque ellos miraban “desde el código postal”. No hacían reflexiones extensas en base a lo que pasaba del otro lado del mundo, sino que, al decir de Antonio Gramsci: más que pensar la coyuntura, pensaban “desde” la coyuntura. En Latinoamérica este ejercicio ha sido muy difícil dado que vestigios de la colonización europea atraviesan la configuración identitaria de nuestro pueblo. No es que no haya un tejido cultural común que nos identifique como bolivianos, puerto riqueños, venezolanos o haitianos, en un conjunto heterogéneo que conforma una latinoamericaneidad situada, aunque siempre en tensión, sino que muchas veces antes de mirar para adentro, la amplificación mediática junto con los poderes financieros mundiales hace que lo de afuera sea más atractivo y se impregne cual efecto de bola de nieve en el sistema doxológico. 

Y si de heterogeneidad se trata, es importante remarcar que mientras que en Brasil un desencajado Bolsonaro hizo oídos sordos a las recomendaciones de los científicos y especialistas de su país, generando que el virus se propague de manera exponencial y produciendo miles de muertos, el Chile de Piñera optó por una “cuarentena inteligente” (no total), que al principio le salió bien pero que ahora está en duda. Quizás sea paradójica la situación de dos países hermanos como Colombia y Venezuela, donde hace ya varios años que los ciudadanos del segundo lugar migran hacia el primero para buscar mejor calidad de vida; sin embargo, a partir de la imposibilidad de Colombia de contener el virus, la situación se está dando a la inversa.

En Perú y Ecuador el panorama ha llegado a límites inimaginables, sobre todo en el segundo país donde se ven a diario imágenes de ecuatorianos tirados en las calles del imponente Guayaquil, con un Estado que no alcanza a resolver que hacer con sus cadáveres. 

En Paraguay, Bolivia, Guyana, Surinam y Uruguay la situación está bastante “controlada”, aunque la economía, y este es el punto que interesa destacar, como en casi todos los países de la región, peligra seriamente. Podría seguir país por país y recorrer Latinoamérica, pero eso sería para otro momento por razones de extensión. 

En Argentina, el código postal desde donde hablo, hay 3.780 infectados, 187 muertos y 1.107 recuperados. El presidente Alberto Fernández tomó las decisiones a tiempo: apenas con 50 infectados empezó a establecer la cuarentena, cerrar las fronteras y tratar de encontrar las soluciones para no elegir, como dijeron algunos inoportunos, entre “economía o salud”. Sin embargo, los despedidos y los pobres no tardaron en llegar. “Encontramos una Argentina con grandes problemas”, dice el primer mandatario respecto a la situación económica que dejó el gobierno de Mauricio Macri. La dificultad monetaria (entre otras) como muchas veces en la historia de Latinoamérica, se produjo por el préstamo del Fondo Monetario Internacional, quien termina dictaminando los modos en que cada país debe armar su plan económico. Es una forma de “vigilar, controlar y castigar” a los países denominados “del tercer mundo”. Pese a las buenas políticas de Fernández, el agujero económico que queda es difícil de sobre llevar. Habrá que hacer como en la reciente película “el hoyo” y tratar de subir unos niveles para poder vivir mejor en un mundo déspota pensado para unos pocos.

Más allá de las diferencias culturales entre Sudamérica y Europa, lo que más llama la atención es la diferencia económica, que no es otra cosa que el sometimiento que rige desde hace muchas décadas. Y es que los capitales financieros alojados en EEUU o el viejo continente tienen atados de pies y manos a los habitantes del sur. Como ya mencioné, los dispositivos de colonización no han mermado a pesar de las independencias de los distintos países, produciendo desigualdad social en una región “de fiesta y dolor”, como diría el cantautor popular de mis pagos, Raly Barrionuevo. 

Quizás algún lector astuto interprete que este escrito trata, en medio del caos, de hacer notar que en algún momento la discusión milenaria sobre la soberanía de los pueblos del sur deba ser puesta sobre la mesa, como decimos aquí en mi país, para repensar el mundo que habitamos. La dependencia del capitalismo mundial, manejado muchas veces por “los del norte”, hace que en situaciones como las de esta pandemia mundial, las decisiones no puedan ser tomadas por los países “poco desarrollados” dado que su economía peligra constantemente. Para ser más directos: el fenómeno del coronavirus pone sobre el tapete la cantidad de muertes e infectados que tienen los distintos países a raíz de esta pandemia (como si a todos nos afectara de la misma manera), ubicando en el campo de “lo no decible” a aquellos excluidos y aniquilados por el sistema, que ni siquiera un Estado latinoamericano presente puede cuidar dado que está sujeto a las normativas de los que más tienen, es decir, de un ficticio “arriba”.

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