Los límites morales del ser humano

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Que a nadie le gusta pensar que, al otro lado de nuestro mar, miles de niños soportan una ola de frío polar de tres pares de cojones, sin abrigo, zapatos, mantas… ni hogar, ni padres o patria que los consuele.

Sería conveniente puntualizar que el tema de la moralidad y de la ética humana daría no para una solo tribuna de opinión, sino para cincuenta o cien. Pero en los últimos tiempos, habida cuenta de lo que sucede en nuestro globalizado mundo, hemos sido testigos de determinados sucesos que nos hacen reflexionar sobre en qué lugar se encuentra la frontera… hasta dónde es capaz de llegar el ser humano para dejar de serlo.

Esa “inhumanidad” se hace patente día a día con un conflicto que sucede en el mismo Mediterráneo que baña nuestras costas, aunque en el otro extremo: Siria. Estamos siendo testigos pasivos de un holocausto de proporciones históricas, no solo en número de fallecidos, sino en desplazados y refugiados. Sirios que caminan a pie durante cientos de kilómetros llamando a la puerta de países vecinos, huyendo de la muerte, el hambre, las enfermedades y el acoso político-religioso de todos los bandos.

La Europa impasible y cínica se apoltrona en la butaca del salón con el mando en la mano, mientras tanto, viendo pasar imágenes del desastre humanitario como quien observa los anuncios publicitarios, esperando que terminen cuanto antes porque le provocan incomodidad… porque mueven los cimientos de su frágil conciencia. Una conciencia que fraguó (no lo olvidemos) a base de conquistas y expoliaciones, de guerras y limpiezas étnicas, no ahora, sino a lo largo de varios siglos de dominio e ignominia, que en el cole nos venden envuelto en el celofán de la épica y el orgullo.

Ahora, claro está, cuando toca ponerse la piel del altruismo, de la cooperación internacional y de la ayuda humanitaria, a Europa “no le nace”. No va en sus genes. En el ADN de la Vieja Europa no encaja abrir puertas sino cerrarlas, y si es posible levantar más muros, se construyen. Y si es menester que además sean más altos, pues se llama a Donald Trump que parece que en ese tipo de cosas es un experto.

Luego nos sorprenderemos de determinadas actitudes, y de que unos padres se aprovechen de la enfermedad rara de su hija para ganar dinero a espuertas y hacer de ella un negocio. Y tendremos la desfachatez de llevarnos las manos a la cabeza con semejante atrocidad (que lo es). No nos damos cuenta de que desayunamos una inmoralidad cada día que se transforma en nuestro músculo y nuestro tejido. Respiramos desapego, almorzamos insensibilidad y al terminar el día, ponemos la calefacción para poder dormir bajo nuestras cómodas mantas calentitas, aletargando nuestras conciencias. Que a nadie le gusta pensar que, al otro lado de nuestro mar, miles de niños soportan una ola de frío polar de tres pares de cojones, sin abrigo, zapatos, mantas… ni hogar, ni padres o patria que los consuele.

Sigue durmiendo feliz, Europa…

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