Iñaki Urdangarín, junto a su abogado, en una imagen restrospectiva.
Iñaki Urdangarín, junto a su abogado, en una imagen restrospectiva.

Lo peor no es la libertad de Urdangarín, la cárcel no suele cambiar ni aplicar bondad al ser humano que cree ser mejor que otro. Lo peor es el silencio. Lo peor es la despolitización, observar desde el perímetro, meter a todos en el mismo saco, decir que la política es una mierda, no saber de donde venimos, qué fuimos y resignarnos a que cualquier ideología terminará irremediablemente en la corrupción y la más absoluta de las tiranías. Lo peor es que en estos momentos, la palabra apolítico está de moda si eres productivo para un sistema que empodera a serviles y cobardes, pasando inadvertido. Lo peor es ser pobre de mente y de cultura. Lo peor es no creer ni participar, en nombre de que nadie te ayudará jamás a solucionar un problema, salvo que él saque tajada. Lo peor es creer en el individualismo como única manera de hacerse rico. Lo peor es cambiar de voto como el que cambia de camiseta. Lo peor es aceptar que por un linaje o una estirpe alguien, de entrada, es más que tú. Lo peor es tatuarse en la frente el refrán: “Lo que dios manda y el rey ofrece, no queda nada más que joderse”. Y lo peor es que las dictaduras y los totalitarismos se nutren, en esencia, de lo peor. Lo peor de todos nosotros.

Nada define más a un pueblo que la pasividad ante la injusticias. Dormidos y en la absoluta entrega de nuestras almas a desalmados que te dicen que des gracias a Dios por recibir migajas. Sentados ante el televisor vemos cómo los derechos se van al retrete en nombre de un proyecto económico diseñado para que una minoría de la población domine el mundo, preparando al resto para anhelar ser esa minoría. Sin escrúpulos y sin la más mínima intención de tener conciencia de clase. Creyendo que la economía está al margen de decisiones personales e intereses privados. Viendo anestesiados cómo el presupuesto para rescatar bancos podría devolvernos la sanidad y la educación que merecemos. Y asumiendo que en menos de un periquete tendrás que añadir a tus gastos mensuales un plan de pensiones para garantizarte una vida digna más allá de los 67 años.

Hemos entregado las armas antes de ir a la batalla. Por miedo al enemigo, por perder un confort ficticio, en una vida ficticia que se se va al garete en un segundo. Vemos a los jóvenes deambular y ser humillados ante la maldad de tipos sin escrúpulos que entienden que nuestras vidas les pertenecen. Hemos esclavizado la existencia a la doctrina de la oferta y la demanda como si fuera algo imposible de controlar. Estamos envidiando, odiando, poniendo la lupa en los pobres y sus vicios malvados, mientras solo vemos en los movimientos de las élites cosas totalmente imposibles de controlar. Perdemos la fe en el ser humano y sus posibilidades. Nos regocijamos en sugerir que la historia se repetirá. Como en aquella revolución francesa que descabezó a tiranos para empoderar a otros peores. Desesperados abrazamos la idea de no poder salir de bucles sempiternos. Pero no nos damos cuenta del poder real que tenemos. No podemos caer en la pereza de la fatalidad y lo reconfortante que es delegar en los malvados, porque así no se pierde la vida y la energía luchando por la libertad. El confort efímero de los necios.

Lo del duque es una gota de polvo, mísera e insignificante, frente a la falta de energía en la lucha y la reivindicación. Porque peor es consentir el mal que el mal en sí mismo. Estamos en un caldo de cultivo perfecto para retomar, en un fascismo ideológico, la tentadora idea de la vuelta de los tiranos, los nacionalismos y la falta de la fraternidad universal. Cierra la puerta que hace frío, decimos sin piedad, mientras ayudamos al diablo que ya ha conseguido hacernos pensar que nuestro vecino es un enemigo. Hay que empezar a creer, a soñar, a amar y sobre todo a quitarles de las manos lo que nos han robado, con nuestro voto. Sin miedo, sin complejos y con una puntería certera pondremos al ser humano en el epicentro de la bondad, que no es más, filosóficamente hablando, el pilar más sólido y el comienzo de la palabra socialismo.

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