Las Trumpetas del Apocalipsis

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

¿Hay algo en común entre el votante promedio de Donald Trump y el opositor que lleva días prediciendo el fin del mundo? Parecería que son como agua y aceite pero en cierto sentido ambos lo están celebrando, cada cual a su manera. Mr. Trump no ha ganado sólo una mayoría de los votos en las recientes elecciones estadounidenses. Los ha ganado casi todos, porque casi todos le han seguido el juego.

Hoy la prioridad acuciante no es que las cosas tomen un rumbo u otro, sino que de verdad pase algo. Si Obama es el cambio, a por Obama; si ahora lo es alguien en sus antípodas ideológicas o personales, todos con él. Necesitamos un factor disruptivo que perturbe la calma deprimente de nuestros días y haga de esta realidad tediosa y aséptica un lugar emocionante. No nos basta con que haya una sangría incesante en el Medio Oriente (¿cuál toca ahora?), miseria rampante en el África subsahariana o un crecimiento espectacular del Asia oriental. Eso está muy lejos, aunque geográficamente no lo esté tanto como Donald Trump. Queremos que pase algo que nos afecte a nosotros, tan rápidos en absorber la novedad y normalizarla al día siguiente. Ahora que nos hemos hecho a la precarización y el paro, a ver si por favor nos llueve alguna plaga extra.

El populismo de derechas tiene algo de fascismo en tanto que el votante populista (prepárate, Francia) aspira a retornar a una edad de oro no tan diferente de la Roma imperial de los mussolinianos o la prehistoria aria de los nacionalsocialistas. Hoy puede que no se formule con tanta claridad, pero siempre asoma la cabeza por algún rincón: según una encuesta reciente del Public Religion Research Institute más de la mitad de los estadounidenses blancos (56%) creen que casi todo ha ido a peor desde los años cincuenta. Sin embargo, la verdadera Edad de Oro no ésta ni aquéllas, sino algo a lo que todos estos retrodelirios apuntan: aquel tiempo, cualquier tiempo, en el que pasaban cosas, en el que el mundo estaba por explorar y la vida admitía el misterio, el romanticismo, la aventura, en otras palabras, la grandeza: Make America Great Again! “Deutschland, erwache!” 

En la cumbre de la civilización china “Ojalá vivas tiempos interesantes” se empleaba como maldición; en nuestra edad oscura sucede lo opuesto: unos depositan las más irracionales esperanzas en el primer lunático que salga en televisión mientras otros se deleitan, como se vienen deleitado desde hace meses, en detallar y reiterar hasta el hastío las catastróficas consecuencias de que salga elegido. El fin del mundo, oiga. "¿Cómo no puede ver la masa idiota que se  despeña por el abismo?" Es que precisamente busca despeñarse, y tú te les  unirías si fueras sincero.

La oleada de populismo en Occidente sugiere, en primer lugar, que no, que no somos esencialmente más listos ni más maduros que la gente de otras partes del globo, por mucho que hasta hace poco los oprimiéramos sin tregua, pero sobre todo demuestra que, tras todo el entusiasmo maniático, nos da igual todo. Por triste que parezca, lo más parecido a unos "tiempos interesantes" hasta el momento ha sido divisar a fantoches diciendo groserías en un platós televisivos, para aplauso de seguidores y retwiteo de detractores. ¿Qué haríamos sin ellos? El tiempo dirá si las audiencias se contentan con el morbo o si de verdad demandan un crescendo suicida de intensidad. Nosotros necesitamos pensar que será así. Necesitamos pensar que habrá un fin del mundo, y si lo hay seremos los primeros en sonreír de oreja a oreja y exclamar con gozo: "¡te lo dije!". Porque este mundo lo tenemos demasiado visto, aunque no hayamos rozado ni la envoltura, en el aburrimiento fatídico de creernos que se puede saber todo, vivir todo, a través de unas pantallitas que en cada nuevo modelo se reducen de tamaño.

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