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Érase una vez una ciudad pequeñita, milenaria y “requetebonita”, con un paseo marítimo que quitaba “to el sentío”, unas fiestas “taratacheras” y un olor a “pescaíto” frito que abría las hambres…

Érase una vez una ciudad pequeñita, milenaria y “requetebonita”, con un paseo marítimo que quitaba “to el sentío”, unas fiestas “taratacheras” y un olor a “pescaíto” frito que abría las hambres… Había cierto ambiente, pero un día se hizo el silencio y, cosa rara, muchos ciudadanos lo aplaudieron porque al fin podían dormir con la brisa del mar entrando por la ventana. Al tiempo, sin embargo, ocurrió algo inesperado: el último bar cerró y ya no se podía ni desayunar en la calle. La arena de la playa se fue extendiendo por aceras, plazas y parques hasta que el desierto lo engulló todo.

Apocalíptico, ¿no? Hace dos años sufrí algo muy parecido y dejé constancia de ello en las redes sociales con fotos que mostraban el paseo marítimo vacío a las dos de la mañana o una gaviota en San Juan de Dios como única compañía a las tres (y no, no era nadie del PP). En un chiringuito de la playa, una camarera avergonzada me advirtió a las dos menos diez que no podía servirme otra copa a no ser que me la bebiera rápido. Era verano, Cádiz. A esa misma hora, en una ciudad que conozco bien, Leganés, seguro que había más ambiente. Sin playa, sin ser milenaria ni “requetebonita”, sin “tatarachín” ni “pescaíto” frito, pero con más ambiente. Raro, ¿no?

No se puede someter el beneficio presente y futuro de toda una ciudad al de unos pocos. Sería inaceptable que se suspendiera el mercadillo navideño de la plaza Mayor de Madrid porque los vecinos no soportan el ruido. Si se vive en el paseo marítimo de una ciudad que va tirando en parte gracias a la oferta veraniega, se debe aprender a sobrellevar el verano para que la rueda continúe girando y la ciudad no acabe pereciendo. Ha de imperar el sentido común, y ni pajarracas a las cinco de la mañana a diario ni la nada como obligación.

Ya que por desgracia a esta ciudad le cuesta tanto retener a su gente, no echemos también a los visitantes, entre los que además, y por mucho que nos pese, hay ya mucho gaditano que, si bien no puede vivir todo el año en Cádiz, sí intenta disfrutar de ella en vacaciones. Programación en el centro y en extramuros, en el muelle y en la playa Victoria, o donde sea, y terrazas (reguladas, pero sin presión constante), y más horas de apertura al exterior, y más verano, coño, porque de ahí, de una u otra manera, come gran parte de la ciudad. En verano, y mucho más en una ciudad como Cádiz, la noche pertenece a la calle.

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