Las medallas de la vergüenza del alcalde de Sevilla

Raúl Solís

Periodista, europeísta, andalucista, de Mérida, con clase y el hijo de La Lola. Independiente, que no imparcial.

Un momento de la entrega de medallas de Sevilla.
Un momento de la entrega de medallas de Sevilla.

Ya se han entregado con boato adaptado al covid las medallas de la ciudad de Sevilla, el reconocimiento más importante que cada año otorga el Ayuntamiento de la capital andaluza. No diré nada nuevo si afirmo que el alcalde Juan Espadas, que llora por las esquinas el fracaso de su proyecto de ciudad —traer turistas en vuelos baratos a cambio de salarios de camareros de 700 euros—, ha utilizado la entrega de los premios como si fueran un reconocimiento del PSOE y no de la ciudad de Sevilla.

Sólo quien confunde las instituciones con el partido, en un ejercicio de sectarismo radical, puede ser capaz de nombrar hijo predilecto a Alfonso Guerra, el exvicepresidente del Gobierno de Felipe González vinculado a la corrupción, al enchufismo y al terrorismo de Estado, por no incidir sobre su deriva reaccionaria que lo sitúa más cerca de Vox que de los votantes del PSOE y de la izquierda que se divorció hace mucho del matrimonio macabro formado por Felipe González y Alfonso Guerra, dos figuras que han traicionado sus principios y de cuyos epitafios se encargará la historia y no las hemerotecas ni las loas de su partido, por mucho que el alcalde de Sevilla lo que haya intentado sea blanquear la figura de Guerra, que se sabe denostado incluso por quienes lo votaban con fe ciega.

Sólo quien no le tiene respeto a la ciudadanía que la ha elegido puede nombrar hijo adoptivo de Sevilla a Juan José Asenjo, obispo de Sevilla y exobispo de Córdoba, que, para quien no lo sepa, registró a nombre de la Iglesia católica infinidad de propiedades de dominio público. En Córdoba, gracias a una modificación legislativa de José María Aznar, se apropió de la Mezquita por 30 euros, lo que le costó el papeleo en el Registro de la Propiedad, donde los obispos tenían calidad de notarios en virtud del arreglito legislativo que hizo el PP. También se apropió en Córdoba de la Plaza del Pocito, donde juegan los niños y niñas cordobeses del barrio popular de La Fuensanta sin saber que puede venir en cualquier momento el obispo a echarlos de su propiedad.

Una vez que el ‘obispo okupa’ le robara a los cordobeses sus bienes emocionales y patrimoniales más preciados, fue nombrado obispo de Sevilla en 2009 por el cardenal Rouco Varela, el exjefe de los obispos españoles conocido por su oposición al aborto, al matrimonio igualitario y vivir en un piso de lujo en Madrid a costa de sus feligreses. Asenjo ha ejercido más de agente inmobiliario que de padre espiritual de la Diócesis de Sevilla, por ese motivo lo mandaron de Córdoba a la capital andaluza.

A su antecesor, Carlos Amigo, se lo cargaron porque se negó a hacer con la Catedral de Sevilla, el Patio de los Naranjos o la Giralda lo que Asenjo hizo en cuanto llegó a Sevilla. Ni 400.000 firmas de ciudadanos andaluces indignados con el robo del ‘obispo okupa’ pudieron retrotraer la apropiación indebida de más de 3.000 bienes que la Iglesia se apropió valiéndose que no eran de nadie, porque eran de todos y todas, entre los que están la Giralda, la Catedral de Sevilla o el Patio de los Naranjos, donde los niños sevillanos jugaban de pequeños hasta que la Iglesia puso una puerta con rejas y candado y colocó una venta de entradas para visitar el lugar que no tributan a Hacienda.

A este ‘obispo okupa’, contrario al mensaje de Jesucristo y a los mandamientos, es al que el alcalde de Sevilla ha nombrado hijo adoptivo de la ciudad de Sevilla. Para legitimar el nombramiento, Juan Espadas puede decir a su favor que Vox también propuso nombrar hijo predilecto al ‘obispo okupa’ y que habla maravillas de Alfonso Guerra.

Hubiera sido una magnífica oportunidad, en el 25 aniversario del Caso Arny, que el alcalde de Sevilla, Juan Espadas, se hubiera acordado de nombrar hijos predilectos o adoptivos a los afectados de aquel lamentable caso de homofobia social, judicial, política y mediática que arruinó la vida de una treintena de inocentes que se vieron lapidados en la plaza pública por unos hechos que no cometieron. Habría sido una oportunidad bellísima para pedirles perdón colectivo en nombre de la ciudad de Sevilla y restituirlos moralmente con el máximo galardón de la capital andaluza. Incluso podría haber nombrado hijos o hijas predilectas a los sacerdotes y monjas que trabajan de forma anónima en los barrios de Sevilla, auténticas bolsas de injusticia social y abandono institucional. Podría haber hecho lo mínimo que se espera de un alcalde, que tenga más presente a los ciudadanos que los intereses de su partido y los suyos propios. Sevilla es mucho mejor que un ‘obispo okupa’ y que un señor que pasará a la historia por su vinculación política con la corrupción, el enchufismo y el terrorismo de Estado.

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