En otra playa, el mar mece la muerte y la miseria arrojándola a nuestras orillas. Muerte y miseria con rostro de niño sirio.
Un ejército semidesnudo de todas las edades ríe y corre todavía por las playas dejando a su paso un impresionante despliegue de efímeras fortificaciones defensivas: castillos, con foso y sin foso, muros de todos los tamaños y alturas, trincheras y toda suerte de agujeros. Desperdigados descansan en el suelo un arsenal de palas, rastrillos y cubos infantiles vencidos por tan ingente tarea. En el cielo una escuadrilla ciega de aviones de corcho vigila el multicolor sembrado de sombrillas. Una bandera verde ondea en el aire y desde su torreta un vigilante custodia tranquilo el horizonte salino. En el mar una lancha vela por la seguridad de los bañistas. Llega la noche y la feliz tropa regresa cansada a la comodidad de sus hogares. Mientras, en otra playa, el mar mece la muerte y la miseria arrojándola a nuestras orillas. Muerte y miseria con rostro de niño sirio esta vez. Otras fortificaciones, otros muros, otras trincheras, otros aviones y otras embarcaciones construyeron contra ellos aquellos que dejaron de ser niños para siempre.


