WhatsApp ha dejado de funcionar a nivel mundial.
WhatsApp ha dejado de funcionar a nivel mundial.

Mientras esperaba en la parada de autobús, escuché a dos señoras hablando sobre los móviles y la televisión. Una de ella dijo: “Yo apago la televisión y dejo el móvil al otro lado de la casa. Me obligan a ser un juez todo el tiempo. A sentenciar sobre todo lo que veo y leo. Y me niego, no quiero que me tomen más el pelo, quiero pensar por mí misma“.

Tenía sentido su razonamiento. La era de la híper comunicación casi nos obliga a emitir un juicio sobre todo, en ocasiones, sobre todo lo intrascendente, dejando de lado cuestiones fundamentales. Cada reality te obliga a participar y elegir entre sus concursantes. Cada elección de película, con las plataformas streaming, se convierte en una elección (ahora, incluso puedes elegir la narrativa). Cada artículo que leemos en los diarios, puedes puntuarlo y opinar sobre él. En cada restaurante, puedes calificar tu experiencia a través de una aplicación móvil. Eso por no hablar de las redes sociales, un campo de batalla en el que podemos opinar sobre todo lo que acontece a todas horas.

Las empresas y los gobiernos han puesto su empeño en la interacción con el usuario, saturándonos de estímulos y malacostumbrándonos a hacerlo desde el lugar en el que estamos. Nos quieren participando, sí, pero de forma banal, entretenidos en lo superficial. Opinamos y juzgamos a golpe de clic, desde lo privado, unidireccionalmente, de forma individual. Divididos y frente a dramas del primer mundo. ¿Está bien este plato? ¿Nos gusta la atención que nos han prestado? ¿Quieres que las fiestas del barrio sean esta semana u otra?

Sin embargo, esta aparente actividad frenética esconde, de fondo, la inmovilización de nuestro yo político. Acudimos cada vez menos a debatir con grupos de personas en carne y hueso, hemos perdido el gusto por la conversación, hemos vaciado las calles de protestas y nuestra capacidad de movilización parece sedada. Nos escandalizan muchas cosas, pero siempre desde el sofá. Y entre la frenética actividad desde el móvil y la apatía respecto al más allá, lo importante está siendo legislado y decidido, desde los despachos, y por unos cuantos. Así hasta que nos amenazan nuestra historia y autonomía, y solo somos capaces de ladrar en un tuit.

Ojo a la trampa de la participación. Nadie ganó derechos ni hizo políticas con actuaciones mínimas desde internet. Que no te domen con la tecnología. Aunque nos vendan lo contrario, ganar en derechos y libertades se hace en la calle, en los barrios, en las asociaciones, en los comités de empresas, en las comunidades vecinales. Ahí empiezan nuestras grandes conquistas y aunque cuesta sudor y lágrimas y sea un proceso largo y fatigoso, trae con el tiempo tremendas satisfacciones. No las hallarás con la mirada fija en una pantalla.

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