La semilla de Albert

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Albert Rivera haciéndose 'selfies'. FOTO: ALBERT RIVERA.
Albert Rivera haciéndose 'selfies'. FOTO: ALBERT RIVERA.

Los seres humanos tenemos dones de lo más insospechados. Y lo sorprendente es que estamos sometidos a una lotería neuronal y genética que puede situar nuestras capacidades en los frentes más diversos e incluso inauditos. Por eso hay personas que son buenísimas tocando un instrumento, escribiendo novelas, construyendo edificios o haciendo pan; pero también sexando pollos, pintando barcos en granos de arroz o capando papagayos.

En esto de los dones se dan cita un cúmulo de circunstancias y muchas de ellas escapan a nuestra comprensión. Por eso los hay con mucho carisma, conquistadores, hilarantes u odiosos. Y en la mayoría de los casos existe una especie de consenso universal al respecto. Los dones son algo caprichoso; es posible que vayan y vengan según la etapa de la vida, según las horas de práctica o según los ojos del que nos mira. Está claro que a veces nuestros dones son raros y otras veces son cosa de los demás. 

Uno de estos fenómenos inquietantes en cuanto al don y sus consecuencias se lleva viviendo ya desde hace unos años en este país y me sorprende que los medios no tengan el valor de abordarlo. Corría el verano de 2015 cuando la musa Leticia Sabater confirmó en los mentideros digitales que deseaba perder su recién retornada virginidad —cuestión que en sí misma precisaría de mucha más explicación de la que me siento capaz de ofrecer— con Albert Rivera.

Ahora, tres años y pico más tarde, es la famosilla Mónica Hoyos la que asegura que ansía quedarse embarazada del político catalán. No sé muy bien qué está ocurriendo pero es un fenómeno paranormal digno de estudio. Los que nacimos en los 80 nos hemos criado a los pechos catódicos de Leticia. Y eso pasa factura. Para nosotros ella fue icono, entretenimiento y diversión. La Leti molaba, para qué nos vamos a engañar. No hemos podido olvidar sus pegadizas coletillas, sus gorras y sus chapas, su pelo rubio platino ni sus desayunos con alegría.

La merienda súper mega chachi era muy diver, era lo más. En aquellos momentos no podíamos sospechar que en su madurez, nuestra musa infantil se volvería una ¿cantante? ¿de éxito? A caballo entre la salchipapa, los tangas de leopardo y la derecha política. Pero así ha sido. 

¿Y dónde dejamos a ese sex symbol patrio? A ese cuyos genes y fluidos son, al parecer, demandados por los cuatro puntos cardinales de nuestra España. ¿Por qué las mujeres televisivas desean tener a Rivera en su cama? ¿Y por qué con tanta insistencia? ¿Será que el don del político naranjito estriba en sus artes amatorias? ¿O serán sus genes los deseados?

Yo personalmente creo que debe ser esto último. La verdad es que si una mira a Albert, es fácil imaginárselo en el asiento del conductor del monovolumen, cargando la compra en el Carrefour y buscando la marca de pañales más rentable sin renunciar al confort. No desentona nada en una fiesta infantil de parque de bolas, ni conversando con otros padres de familia sobre las ventajas de la hipoteca de tipo variable. La verdad es que lo ves, sin dificultad alguna, asando un choricillo parrillero junto a la piscina de la urbanización, rodeado de niños y niños. Y más niños. Debe ser por eso por lo que tantas codician la semilla de Albert. Una semilla ante todo coherente, que jamás se desdice ni da marcha atrás. Igual por eso es tan efectiva. Una verdadera semilla de centro. Los dones, como los genes, son hilarantemente caprichosos.

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