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El objetivo del seductor es el juego por el juego.

No me refiero aquí a las estructuras sociales de poder. No a lo que se entiende como poder político, ni al poder económico o financiero, tampoco al poder militar, ni al eclesiástico. Me refiero al poder de una persona sobre otra que se consigue sin violencia mediante artilugios emocionales entre los que destaca la seducción.

La seducción intencionada (en tanto que juego) es la capacidad de rendir la voluntad de otro que pica el cebo de la belleza, del prestigio, del brillo, del erotismo… del misterio de lo inalcanzable. En esto consiste uno de los mayores atractivos de este juego circular: que es un sí pero no, pero sí, pero no, pero ya veremos, quizás, yo que quisiera pero en el fondo de mi mente es que sí pero no pero sí… que tiene enganchados a los dos jugadores: uno, esperando el trofeo; el otro, esperando que no termine el juego porque manteniendo el rescoldo encendido obtiene su recompensa.

El objetivo del seductor es el juego en sí mismo, la aventura, el desafío, la provocación, no tanto el resultado. Y si me apuran un poco, el objetivo es conseguir una cierta admiración imaginaria, un tanto onanista. Porque es en la imaginación en donde se ventila la mayor parte del desgaste del seductor que alimenta un mundo irreal y fantasioso. Un pensamiento de felicidad adolescente que desaparece por ensalmo en el momento en el que comience a ser realidad aunque sea levemente (es frecuente que el seductor abandone al seducido una vez obtenida su rendición, porque rendido pierde gran parte de su encanto).

Hay dos tipos de personas que suelen utilizar patológicamente el artilugio de la seducción: el narcisista y el histérico. En ambos hay un deseo de sí mismo que se satisface momentáneamente en la rendición del otro. El primero termina el juego aumentando su colección de trofeos; el segundo, no lo termina nunca y recibirá una negativa como un nuevo reto por conseguir.

Sin embargo, en muchas ocasiones, el seducido también participa activamente en este vaivén afectivo porque tiene la esperanza de que con su entrega rendirá al seductor que se verá así encadenado en su propio laberinto. El seducido no es tan inocente como parece. En este juego no hay inocentes; ambos son, a la vez,  víctima y verdugo, y viceversa.

Es una relación, un toma y daca, de poder. No es amor. No es amistad. No es afecto. No es interés real. Es solo juego. Aunque revestido de admiración y de erotismo.

En realidad, el seductor es un coleccionista…de sí mismo.

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