El Gobierno bolchevique que va a romper España, el primer Gobierno en coalición de la izquierda desde la II República que hace presagiar lo peor, el Gobierno Frankenstein... En solo dos semanas desde la toma de posesión ese Gobierno, que tantos descalificativos ha recibido de las derechas y sobre el que tantas profecías apocalípticas han recaído, ha aprobado la subida de las pensiones, ha subido los sueldos de los funcionarios, ha aprobado una subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) hasta los 950 euros y, en paralelo, ha recibido las bendiciones del foro de millonarios, altos ejecutivos, políticos y activistas más importantes del planeta. “El mercado ha comprado bien este Gobierno”, le dijo Morgan Stanley a Pedro Sánchez en una discreta reunión con inversores, eso que llaman los mercados, en el transcurso de la estancia del presidente (junto a Calviño y Ribera) en el foro mundial de Davos.
En la hermosa localidad suiza casi ni han preguntado por Unidas Podemos y, desde luego, a nadie alarma el acuerdo progresista en España, uno de los más escorados a la izquierda de toda Europa, según ha desvelado El País. "He tenido que sacar yo el tema, ni siquiera me han preguntado por Unidas Podemos", reconocía el líder del PSOE, que en un par de semanas ha tenido tiempo de ejecutar cuatro perfectos movimientos de ajedrez: el primero, cumplir con puntos clave del acuerdo de Gobierno de progreso para intentar mejorar la vida de la gente. No es poco, viendo de dónde veníamos.
Luego ha estado recolocar a Iván Redondo —su ideólogo supremo— con poderes de superministro sin ministerio; paralelamente, esquivar la maniobra antiestética de nombrar a Dolores Delgado (ex ministra de Justicia del PSOE) como fiscal general del Estado por mor del revuelo provocado con un debate tan artificial como el pin parental, que ha vuelto a dejar en evidencia al PP, incapaz de marcar agenda propia más allá de la ultraderecha de Vox. Y, por último, ha logrado, como guinda de estos quince días de oro, recibir el respaldo a todos los niveles, tanto de sus políticas como de sus socios (aunque sacara el tema él), en la cumbre con más concentración de poder por metro cuadrado del mundo.
Ante este panorama de un Gobierno en plena aceleración, con la crisis catalana venida (algo) a menos —salvo por la terquedad de Torra en dejar de ser ese actor secundario Bob de la política nacional y catalana—, la oposición no ha tenido más remedio que forzar la máquina y recurrir al tema estrella entre todas las cortinas de humo posibles. Regresa a sus pantallas, con permiso de Gibraltar —que todo llegará—, Venezuela. Ese país latinoamericano que solo importa en el debate público español cuando no hay polémica que llevarse a la boca, ni piedra que tirarle en un ojo a la izquierda.
Lo único lamentable en este previsible rebrote de la preocupación de la derecha por la situación en Venezuela, y por las relaciones del Gobierno progresista de PSOE y Unidas Podemos —ese que bendicen los mercados y que sube pensiones y salarios— con chavistas y bolivarianos, ha sido el rifirrafe público de José Luis Rodríguez Zapatero con Felipe González a cuenta de la visita de Guaidó a España. En el duelo de expresidentes, ha sido una vez más el jarrón chino mejor conservado del planeta el mejor portavoz de las derechas y el primero en activar el teléfono rojo y volar hacia Caracas. Al parecer sus intereses también están en juego si todo sale como va saliendo.
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