No disparen a Amancio Ortega: ya casi nadie ‘va a Jerez’

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Vista aérea de Jerez.
Vista aérea de Jerez. JUAN CARLOS TORO

Recuerdo con fascinación que nuestras abuelas y bisabuelas se referían a ir al centro de la ciudad para hacer gestiones y compras como ir a Jerez. Voy a ir a Jerez, tengo que ir a Jerez… cuántas veces les escuché eso de chico sin llegar muy bien a entender cómo, ya estando en Jerez —estuvieran en el centro o en alguna de las barriadas—, empleaban en su argot cotidiano esa especie de sinécdoque tan particular. Ahora sí las entiendo: en aquella época, el centro era lo que los parisinos llaman la Île de la Cité, los neoyorquinos, Manhattan, lo que los madrileños entienden por el Madriz dentro de la M30, la Campana y Sierpes en Sevilla, o el intramuros gaditano (Cadi, Cadi). El centro de Jerez era Jerez aunque por la calle Larga pasara hasta hace treinta años la Nacional IV.

Pero en Jerez, cada vez menos gente va a Jerez, cada vez menos personas se identifican en esta pequeña gran ciudad policéntrica con el corazón originario del municipio, el quinto más poblado de Andalucía. A menos que haya algún evento (tipo Semana Santa o Zambombas), quiera comer algo en su cada vez más variada oferta hostelera, o venga de fuera, nadie va a Jerez. Si acaso la cruzan con el coche para no dar rodeos por las rondas de la ciudad. Ni eso se ha minimizado en los últimos tiempos (ni parece que esté en los planes). Pero no solo eso: es que en ese antiguo Jerez cada vez viven menos jerezanos, gran problema de fondo que ha desembocado, entre otras muchas cosas, en un desmantelamiento de las grandes firmas comerciales del que no tiene culpa Amancio Ortega. El cierre de Zara, el buque insignia del imperio Inditex, tras 32 años en el centro de la ciudad no es exclusivo de la ciudad, pero sí es el enésimo infarto de un maltrecho corazón del municipio que ya no soporta mucho más.

Hace unos cinco años hacíamos un escáner al centro histórico: está habitado (sigue más o menos igual) por un 64% menos de residentes que hace medio siglo y el 42% de sus construcciones está desocupado (por no decir en muchos casos en ruinas). La tasa de envejecimiento en el municipio es del 13,99%; en intramuros, del 17,77%. El 69% de la población en el casco antiguo tiene más de 30 años, mientras que el 42% de su población es considerada como vulnerable. En treinta años, ningún gobierno municipal ha sido capaz de invertir la tendencia al éxodo periférico. La gente joven, la que podía emanciparse, se ha llevado años viendo la zona de Hipercor o los adosados de la zona Este o Torrox como su ideal de áreas residenciales, repletas de servicios, aceras anchas, fácil aparcamiento y, a ser posible, un Mercadona cerca.

Nadie desde las administraciones propició cambiar esa mentalidad. Se sucedieron gobiernos de todo signo y, salvo proyectos humeantes que nunca llegaron a ejecutarse, nunca se insistió en ese discurso: no solo es posible vivir y habitar el centro, es mágico ir a Jerez sin moverse del sitio. Pero era mejor hablarle a la prensa, y nutrirla de grandes titulares vacíos, que a la población. Tras el boom del ladrillo y la mega expansión de la ciudad, llegó la contracción en materia urbanística. El desarrollo se frenó en seco, pero ahora no había dinero ni propuestas para hacer nada. Y luego el boom del turismo, y los apartamientos turísticos y los nuevos hoteles, hubo dinero, pero no se invertía en repoblar el centro, sino en atestarlo de visitantes que iban y venían hasta que dejaran de ir y venir —como el covid ha enseñado—.

Cuando llegó el confinamiento, el dinosaurio ya no estaba allí. El turismo es un gran invento si todas las fronteras están abiertas y no te obligan a usar mascarilla hasta para beber agua. Salía a aplaudir a las ocho de la tarde en el balcón de casa y apenas se asomaba una pareja de confinados en la vivienda de enfrente, gente de fuera probablemente a la que les pilló la cuarentena de paso por la ciudad y que no había visto en mi vida. Ya no están. Tampoco estará dentro de unos meses el imperio de Amancio Ortega al principio de la calle Larga, como antes se fueron otros. En los últimos veinte años, según hemos ido conociendo y se ha ido publicando en la prensa local, hubo firmas como El Corte Inglés, Fnac y Primark que hicieron prospecciones (estudios de mercado) para implantarse en el centro comercial abierto de Jerez, uno de los más grandes en extensión de Andalucía. Todas desecharon la idea. Aquella inversión nunca sería rentable.

Hay edificios emblemáticos cerrados a cal y canto desde hace años (Gallo Azul, por ejemplo), hay un mercado de abastos centenario incapaz de progresar con las nuevas (ya viejas) tendencias, hay un transporte público deficiente que no hace fácil acceder al centro, hay un entramado medieval ruinoso donde hay más plazas de aparcamiento de ORA y gatos que residentes, y hay, en fin, una tendencia a sobrevivir en medio de la decadencia, ya seamos vecinos o comerciantes.

Si algunos de los proyectos para el centro son más de lo mismo tendremos más de lo mismo. Si los proyectos para el centro son más coches, una pista de baile para envejecimiento activo (que destroza una de las plazas más bellas del Jerez histórico— y una inversión privada (posible) en un geriátrico en el antiguo palacio del Pantera, ya pueden imaginar qué nos espera en las próximas décadas. Si no hay vida, si no hay residentes, podrán reurbanizarse calles a ninguna parte, rehabilitarse muchos inmuebles, podrá intervenirse en nuevos equipamientos, pero aquello estará tan vacío como Amancio Ortega piensa dejar el antiguo edificio del Casino Jerezano a partir del año que viene. No, no disparen a Amancio, el megamillonario de Arteixo es empresario y solo hace negocios. E ir a Jerez, a este centro de Jerez de ahora, ya no le es rentable.

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