El cuento de la criada y la comida basura de Díaz Ayuso

Otro caso de las 'nuevas (de)generaciones' de esa casta política que durante décadas ha tenido la santa paciencia de obedecer y escalar en sus partidos hasta que el cargo caía como fruta madura

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

Díaz Ayuso, en un funeral  por las víctimas del Covid-19 en Madrid, el pasado domingo.
Díaz Ayuso, en un funeral por las víctimas del Covid-19 en Madrid, el pasado domingo.

El ideal platónico del gobierno de los mejores, la aristocracia, ha acabado pervirtiéndose en una distopía política, la timocracia, donde puede llegar a gobernar cualquiera que rinda la debida obediencia a su partido. Nada nuevo. Es por desgracia abundante esa casta política sin más oficio ni más beneficio que haber tenido la santa paciencia de escalar en su partido, de aguardar hasta que el cargo público cayese como fruta madura. Otros no han tenido apenas ni que esperar: el poder siempre fue suyo. Un día, de jovencitos, alguien les animó a afiliarse (muchos de ellos ni siquiera tuvieron esa energía y ese arrojo por sí mismos) y bien situados de relleno en las fotos, repeinados y serviles lograron, sin saber casi por qué, tocar poder. Al final, acababan comiendo perdices. Te convertían en presidente de la Comunidad de Madrid o en lo que hiciera falta, y ya lo de menos era qué se hacía con ese cargo al teórico servicio de los ciudadanos y contribuyentes.

El problema es cuando estando en el poder hay que tomar decisiones que afectan a millones de personas. El problema es cuando, además de estar en el poder, hay que enfrentarse a una crisis sin precedentes donde no vale hacer lo de siempre, que no es otra cosa que pensar en el corto plazo para perpetuarse (por suerte, hoy en día ya no hay mal gobierno que veinte años dure) y ayudar a los afines. No son servidores de lo público son servidores de otra cosa. No parece que hayan abierto un libro en su vida, salvo algún best seller barato. No son servidores del pueblo, parecen más bien criados y criadas de otros, aunque, como es el caso, hayan nacido en el seno de una familia acomodada del barrio de Chamberí.

Ayuso sirve un bocata de calamares a Begoña Villacís (Cs), vicealcaldesa de Madrid, el pasado viernes en Ifema. FOTO: INSTAGRAM ISABEL DÍAZ AYUSO

Del 78, licenciada en Periodismo, del CV de Isabel Díaz Ayuso sobresale con sorna su trabajo como community de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre, con la que dicen las malas lenguas que no había feeling. Poco más que no sea cargo tras cargo público: asesora, diputada en la Asamblea de Madrid..., en alguno de ellos coincidió con Pablo Casado, otro lince de estas nuevas degeneraciones políticas. Todos los intentos por despejar a qué se ha dedicado antes de vivir de este cuento tan siniestro y tan nocivo para todos son incógnitas. Hasta el año de afiliación a las Nuevas Generaciones del PP lo es: ¿2003 o 2005? Lo cierto es que casi desde que irrumpió hace como poco quince años en la carrera partidista, no ha parado de trabajar en y para su partido. Lo del servicio público, ya tal.

Desde hace al menos un par de décadas hay cientos y cientos de casos con menor o mayor suerte por toda la vasta geografía nacional. Algunos ya cayeron en desgracia, porque a eso sí que se enfrentan merced del fuego amigo. Ojo con alzar la voz o llevar la contraria. Qué más da el nombre de estas agrupaciones, el objetivo es ir con el carné en la boca hasta amarrar un puesto de trabajo a costa de lo público. Que cada mañana se aprenda un argumentario y se ataque sin descanso a un adversario político convertido en enemigo a muerte. Con suerte, tocas poder y facilitas pelotazos y componendas varias. Con menos suerte, permaneces afín a unas siglas que garantizan el sustento por cualquier vía de ordeñe de la teta pública alternativa al cargo público. Los que más maltratan lo público, quienes más defienden el modelo neoliberal, son quienes más se benefician de lo público con nocturnidad y alevosía.

Esas lágrimas de Díaz Ayuso por las víctimas del coronavirus puede que sean sinceras, pero el rimmel que corre por sus mejillas es la negrura espesa y húmeda de un vivir del cuento al servicio de otros que no son ni el común de los vivos ni el común de los muertos. Política de consumo rápido, como la comida basura que lleva más de 40 días repartiendo a los niños en exclusión de Madrid. La dieta de estos menores no habrá sido muy equilibrada, pero tres empresas sí que van a poder equilibrar mejor sus balances tras el crack por la pandemia. "A la mayoría de los niños juraría que les encanta", ha dicho sobre los menús de comida basura que reparte día tras día. Lo ha dicho antes de ponerse a bailar la conga y a servir bocatas de calamares en un food truck durante la clausura de Ifema. Porque los minutos de silencio y los lutos se respetan cuando se lo digan sus amos. Y todos felices, aunque los ricos también lloren, en este cuento de terror sobre el no futuro.

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