Estaba tirada en el sofá, delante del televisor, cuando llegó él; todavía dispondría de unos segundos para poder levantarse e ir a la cocina para calentarle la cena..., porque su marido jamás alcanzaba a abrir la puerta a la primera..., y con los años iba a peor. Ella aún desconoce si es debido a las dos copas de más que su esposo trae cada noche o a la desgana crónica con la que se viste cada mañana para ir al trabajo. El caso es que la mujer, en aquella pelea entre el hombre y su propia casa, logró atravesar el pasillo antes de que él dejara las llaves en las profundidades del ya pringoso cenicero que compraron en Toledo durante aquel viaje de novios sin fondo; ya sonaba el lastimoso girar de la bandeja del microondas cuando el hombre soltó, en mitad del salón, su acostumbrado saludo al vacío y a los arlequines que decoraban las paredes. No obtuvo respuesta salvo un plato humeante de pasta y el desagradable olor a queso en lonchas fundiéndose, lentamente como él, en aquel espeso verano del noventa y ocho.

Después, sobre aquella mesa de rombos y plástico, nada más lejos de lo escrito y previsto en aquellos renglones que siempre se dibujaron torcidos: la repetición autómata, por parte de ambos, de las palabras del impoluto presentador de noticias sobre un desastre en África; la invitación de la mujer a más pan y la despreocupada pregunta del hombre de cómo estaban sus hijos -los suyos aunque pareciera mentira- y sobre cómo iban en los estudios..., como si el futuro de sus muchachos -ahora en el extranjero- hubiera dependido de una maldita nota en un folio blanco; luego..., nada; tampoco la tosca invitación a sexo de emergencia sobre una cama de matrimonio que tuvo siempre malditas las patas.

Y convertidos en cuatro ojos se plantaron frente a la televisión a rumiar su existencia mientras Tom Cruise y su estúpida sonrisa de cuero intentaban salvar al mundo..., cosa que alcanzaron cuando ya pasaban los créditos sobre un fondo oscuro, muy negro.

Nunca lo supieron -porque nunca acertaron a decírselo- pero durante aquellos minutos inútiles él se propuso, seriamente, quererla un poco más..., al tiempo que ella se prometía, como hizo desde que lo conoció hasta el día que se muriera, quererse todavía un poco menos.

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