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Hace más de treinta años viajé a Marraquech con un amigo que actuaba en el Festival de la Música y la Juventud y al que acompañé como fotógrafo de prensa. Nada más llegar comprobamos que a la monarquía alauita no le hacía gracia que viésemos a sus pobres por la calles, por eso en el trayecto que iba desde el hotel al Palais Albadii, sede del evento, todo eran sonrisas y lugareños vestidos con trajes tradicionales, que nos regalaban canciones al son de guimbris y darbukas. Decenas de policías protegían nuestra comitiva y se ocupaban de decretar el toque de felicidad en las calles a nuestro paso. Pero la pobreza estaba escondida en las entrañas de la medina, donde cientos de niños jugaban entre la basura y nos pedían un dírham a cambio de guiarnos por aquel laberinto.

En la España de esta abdicada monarquía borbónica del primer mundo, franquicia de la troika que dirigen sus financieros más serviles, los niños no juegan todavía en la basura pero, a tenor del ritmo frenético de empobrecimiento de la población, todo es posible en un escenario no muy lejano. De momento, nada invita al optimismo y no es previsible que al Gobierno le dé un ataque de sensibilidad. De hecho, aún no se ha enterado de que no hay prioridad más importante en estos momentos para el Estado que la de taponar la hemorragia social que representa la pobreza infantil y suturar una herida que nos retrotrae a una España en sepia de piojos, mocos y sotanas.

El final del curso, y el cierre de los comedores escolares, ha puesto en primer plano la inmensa vergüenza nacional de ver a miles de niños españoles pasando hambre: algo impensable cuando Curro inauguraba la Expo, Cobi hacía lo propio en la Barcelona 92 y los móviles eran del tamaño del zapatófono del Superagente 86. ¿Qué ha pasado...? ¿Cómo es posible que en unos pocos años hayamos retrocedido tanto? Y, lo peor, ¿cómo puede ser que esta realidad brutal no nos haga retorcernos en el sofá, revolear el mando contra la tele y echarnos a la puta calle para escupir en la cara a los responsables?

Hay alcaldes, presidentes de comunidades y otros cerebros privilegiados que se niegan a mantener abiertos los comedores en verano, pues dicen que "gracias a Dios no existe desnutrición" ni en Madrid ni en ninguna parte. Y además consideran que esto sería perjudicial para la imagen de los niños y sus familias. Quienes lo afirman tienen recursos sobrados para enviar este verano a sus nenes y nenas a Suiza, para que se lo pasen yupi con compis de su nivel y se vayan familiarizando con el paisaje de la pasta gansa, que no es una marca de espaguetis o macarrones... En el contexto de esta magnífica coyuntura de recuperación económica y fin de la crisis, que nos venden los medios del régimen, no es bueno contaminar la marca "España" con una foto de comedores llenos de niños que en sus casas pasan hambre.

Garantizar que la población infantil española en riesgo tenga asegurada, al menos, una de las dos comidas del día cuesta mucho menos que lo que Florentino Pérez han invertido en ganar la décima copa de Europa para el Real Madrid. (No sé si este ejemplo lo he usado antes, pero es que ese tipo me resulta millonariamente obsceno). Si se suprimiera el bono taxi de 300 euros al mes que reciben los 616 diputados y senadores españoles, durante los cuatro años de mandato, se podrían financiar 1.800.000 raciones de comidas, pues el ahorro sería cercano a los ocho millones de euros. Sigan ustedes sumando privilegios como los billetes de avión en business club, las jubilaciones millonarias hasta la muerte y otras prebendas, y verán que el menú infantil para nuestros niños pobres podría ser a base de ibérico y caviar y extenderse a toda la familia.

Cuando finalizó aquel Festival de Música y los artistas, periodistas e invitados nos fuimos de Marraquech, los niños pobres pudieron salir de su reclusión, enfundarse la camiseta de su ídolo y volver a jugar a la pelota libres por la ciudad... Es inútil que la propaganda se empeñe en decir que ya se ve más a alegría por la calle y que el sol ilumina nuestras vidas, cuando la realidad es que las lágrimas de tanta y tanta gente desesperada emborronan y nublan cualquier paisaje presente y futuro. A no ser que la policía haya decretado el toque de felicidad en España y yo no me haya enterado.

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