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Poco importó que la mano dejara de agarrar la rosa para sujetar el puro en la cubierta del yate.

Acababa de abrir los ojos al mundo como sólo se puede de niño. Cuando todo es todavía tan joven que hay ciertas cosas que carecen de nombre y hay que señalarlas con el dedo para mencionarlas. Por eso, llamó mi atención esa pintada negra sobre fondo blanco en mitad del Camino de Astilleros de Cádiz, casi enfrente de la puerta de la industria por la que entraban y salían los obreros con las manos manchadas de trabajo y esfuerzo. En letras mayúscula y grandes ponía con más dolor que coraje: “Felipe Cabrón”. Yo pregunté.

-¿Quién es Felipe, papá?

-Un cabrón.

No hizo falta el apellido, porque valía su nombre y en su nombre, precisamente, ardió una ciudad durante muchas mañanas y varias madrugadas. Desde los barrios que le brindaron la confianza en las urnas se lanzaron a los antidisturbios frigoríficos y lavadoras que llevaban la furia de la impotencia y el miedo del plato vacío sobre la mesa. Reconversión, despidos y OTAN. Contraprograma. Nadie volvió a lucir con orgullo la chaqueta de pana, demasiado abrigada para los sudores de la incertidumbre.

Sin embargo, como pueblos nobles, se volvió a depositar la confianza. Una esperanza ciega, perpetua en Andalucía. Poco importó que la mano dejara de agarrar la rosa para sujetar el puro en la cubierta del yate. Nada influyó que a las cuatro letras de las siglas, le añadieron dos al final S.A. Y convirtieran el partido en una empresa de apellidos repetidos.

Fueron las bases, sólo las bases junto a algunos concejales de pequeñas ciudades y municipios las que mantuvieron la dignidad y negaron con la cabeza mientras en las grandes capitales se doblegaban a los bancos, se abandonaba a Delphi, reaparecían los fantasmas de la corrupción y dejaban el camino hecho a una derecha que brindaba ante la izquierda rota y desprestigiada.

Y ahora pierde la tutelada. Una derrota que sabe a venganza a quien quiso adoctrinar y mandar desde un consejo de administración. Lo hace contra un Pedro Sánchez que cosechó los peores resultados de la historia, que defendió la reforma del artículo 135, que tendió la mano al liberalismo más agresivo, pero que desobedeció a los dinosaurios apoltronados en multinacionales y líneas de la más vergüenza editorial. Te avisaron, Felipe, os avisaron. Encalar la pared del Camino de Astilleros no bastaba para borrar la pintada y el engaño.

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