caspa_17.jpg
caspa_17.jpg

En la novela La peste, de Albert Camus, el cura Paneloux dice en el sermón del domingo que la plaga es un designio divino que hay que aceptar: "hermanos míos habéis caído en desgracia porque lo habéis merecido…” Así que muchos ciudadanos de Orán asumen la reprimenda divina sin rechistar. Pero el doctor Rieux, que sólo cree en la ciencia y en la capacidad del ser humano de resistir, lucha contra la resignación y organiza equipos de voluntarios para atender a los enfermos, al tiempo que experimenta con distintos sueros para derrotar a la bacteria. La peste arrastrará a cientos de contagiados hasta la muerte, pero los supervivientes habrán aprendido el sentido de la solidaridad -acompañando el dolor y el sufrimiento de sus semejantes- y a valorar lo que tuvieron en los momentos de bonanza.

En estos últimos años, una suerte de "peste" azota a la población más indefensa, que vive con resignación los designios de las elites dirigentes, ocupadas en gestionarle los fardos de billetes a los poderosos. Ha sido una plaga enviada por los dioses del mercado, enfadados porque hemos vivido por encima de las posibilidades que ellos nos dieron y de las que, al parecer, hemos abusado. La bacteria se está llevando por delante a jóvenes, que huyen de sus ciudades en busca de un futuro; a jubilados, abocados a repartir sus pensiones con hijos y nietos; a miles de niños, cada vez más dependientes de los servicios sociales; a familias enteras desahuciadas de sus casas por los "Padre padrones" de la banca, uno de cuyos hijos más ilustres acaba de abandonar este mundo dejando un buen "botín" a sus herederos y el corazón roto a todo el establishment.

La voracidad destructiva de esta plaga no tiene límites. Te roban el agua para dársela al "mercado" que te la venderá más cara, te quitan el trabajo para contratar a otro al que pagarán un tercio de lo que cobrabas tú, mercadean con la sanidad como si fuese un valor del Ibex35, legislan contra las mujeres y su derecho a decidir cuándo quieren ser madres, convierten la educación en arma al servicio de la competitividad en pos de una sociedad de élites privilegiadas y lumpen... Son insaciables y han gangrenado y corrompido las válvulas de seguridad de la sociedad. Lo mismo que en el escenario de la novela de Camus los periódicos minimizaban las pilas de cadáveres que amontonaba la peste, aquí muchos ensalzan los abusos del neoliberalismo más letal, obviando sus efectos perversos como generador de pobreza y desigualdad.

En los años anteriores a esta epidemia, la socialdemocracia se cuidó de gestionar los intereses de esos mismos poderes (ahora se lamentan algunos) pero lo hicieron de forma menos obscena, negociando para que todos pudiésemos vivir un poco mejor y para que los que siempre han vivido mal recibieran unas mínimas prestaciones que no les descolgasen del sistema. También propiciaron nuevos derechos civiles. Pero alguien pensó que éramos demasiado felices con la ilusión de vivir en la sociedad del progreso y, un buen día, mandó parar la fiesta. Entonces aparecieron las ratas como avanzadilla anunciando el castigo... El resto ya lo conocen.

Pero a diferencia de la peste bubónica, protagonista de la novela de Camus, ésta que ahora nos mata es controlable, pues sabemos dónde está el foco infeccioso y sólo es cuestión de extirparlo con determinación. Y no para volver a la ilusión de conquistar un gobierno que pacte y reparta, sino para demostrarnos que somos capaces de gobernarnos y repartir. Somos muchos y somos más. Basta con ponernos de acuerdo y, como Rieux, y todos los que lucharon contra aquella pestífera bacteria, unir fuerzas para aplastar a la bestia. La decisión es urgente, porque de no hacerlo estaremos muertos y entonces sí que lo habremos merecido.

 

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído