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El telón sigue echado.

El creador de la tormenta pasajera —un sencillo y ruidoso ventilador chino de tres aspas— hace aún más difícil la concentración sobre el escenario. Aquello que no brota de la carne siempre termina generando ruido. A un palmo, a mi izquierda, la guitarra de mi compañero se rebusca en la laberíntica escobilla por tientos que no tardaremos en ejecutar. Aún tiene puesta la esponja que amortigua el sonido de sus cuerdas. Suena a decenas y decenas de gotas de agua cayendo por la boca de un pozo muy profundo. Los dos palmeros de principios del siglo pasado, embutidos en trajes de Madre Coraje, milagrosamente permanecen quietos como los santones de una iglesia en ruinas. Mi hermana nos mira de reojo y reclama silencio al silencio mientras encierra en la cuenca de sus manos los relojes sin matemáticas que tiene delante de ella. El ser humano teme el paso del tiempo pero cuando no pasa —cuando todo parece anclarse en un único momento— le sobrecoge el vértigo de saberse eterno aunque sea por un instante.

No veo a Gaspar ni a su barba de diez vidas reencarnadas. Sí a La Gamba sentada en su trono de nea frente al barreño de cinc. Su nieta aguarda, en cuclillas, la primera palabra. El ojo de la corneta de Semana Santa mira al suelo. Los ojos —aunque permanezcan abiertos de par en par— han dejado de ver la realidad hace tiempo.

Hace un calor de mil demonios dentro de mi camisa parda de difunto, de mi chaleco de difunto y mi chaqueta de hace veinte años..., pero puedo desabrocharme el último botón del chaleco ya que tardaré en levantarme. Lo haré, por primera y única vez, durante la pelea que tendrán los dos genios muertos —Torre y Chacón— y que dejará al descubierto el corazón sin flechas ni nombres que está tatuado —a base de cuchilladas y madrugadas— sobre el banco de madera que han traído de una nave; banco de hierro y madera podrida que será por unos minutos mi asiento en la improvisada Alameda de Hércules que Tolo levantará —el otro Manuel resucitado— sobre las tablas del Villamarta en tres compases de Soleá.

Nada de lo que es será.

Queda un minuto para la resurrección. Todo es mentira salvo la muerte y el miedo del artistaTengo las manos llenas de polvo talco..., tanto que en las Alegrías mis dedos se acercarán al desierto pero por fortuna he dejado algo de vaselina en el nacimiento del mástil de mi guitarra. Los años y los nervios terminan secando las gargantas y las cuerdas. No me tiembla el pulso pero si mi pierna derecha que dibuja una forma desconocida bajo tanta tela y tanto cable.

Suena el timbre que anuncia la reencarnación. La niebla de este último día de octubre se ha detenido sobre nuestras cabezas. Alguien o algo ha silenciado el ventilador. Así que sólo corre el aire que entra por la grieta del telón. Aire cálido que es capaz de helar la sangre. Los trastes de mi guitarra van desapareciendo en la oscuridad. Los duendes susurran a algunos oídos. Arranca la noche de los genios vivientes.

Muy pocos saben que estaremos vivos mientras nos sepamos vivos. Que todo es eternidad.

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