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Es desasosegante, emocionante, veraz; y, aunque en ocasiones la acción no es especialmente interesante, consigue que no te quieras despegar de sus páginas.

Hace casi un año descubrí a una de las revelaciones literarias de, dicen, la última década: Elena Ferrante. No paraba de leer sobre ella en todas partes y me decidí a entrar en su mundo. Y entré. Me introdujo en el Nápoles de los años 50, en la Italia (del Sur) zarandeada por la política y el hambre, en una ciudad todavía muy pobre y con una industria muy incipiente aún. Me colé en el mundo de dos niñas curiosas e inteligentes que forjan una extraña amistad, dominada por la dependencia y los celos que tienen la una de la otra y el afecto que las une, y que tratan de entender su mundo más inmediato: el barrio en el que crecen.

Ferrante (que es un pseudónimo, pues nadie sabe quién es realmente y sólo concede entrevistas por e-mail), con su escritura precisa y bien descriptiva de las emociones, produce una sensación de desasosiego al leerla. Nunca te gustarán sus personajes, no tomarás partido por uno y por otro, no te enamorarás de (casi) ninguno; porque son personajes reales, seres humanos movidos por las circunstancias en las que han crecido, por las familias en las que han nacido. No son héroes y antihéroes. Elena Ferrante, quienquiera que sea, retrata personas y emociones reales, auténticas, en las que te puedes reconocer, en Nápoles, en Cádiz y en París. No hay buenos ni malos.

Su famosa tetralogía protagonizada por Lila y Lenù (Una amiga estupenda, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida) está salpicada aquí y allá de referencias literarias y políticas, pero su obra no es una crónica de la época, ni histórica ni política. Sin embargo, sí es una obra costumbrista. Es la historia de un grupo de personas, sin más, desde un realismo social que se despega del personaje (pese a estar escrito en primera persona) para retratar fielmente los sentimientos y pensamientos, tanto de una edad, como de una década.

El lector sigue a Lenù y a Lila desde que son niñas hasta bien entrada la edad adulta, y me atrevería a decir que las conoce bien. La magia de Elena Ferrante reside en sus personajes, en la autenticidad de los mismos. Es desasosegante, emocionante, veraz; y, aunque en ocasiones la acción no es especialmente interesante, consigue que no te quieras despegar de sus páginas.

De Ferrante se dice que, como sus protagonistas, es napolitana y mujer. De ella también se dice que es la primera firma italiana, en muchos años, merecedora del Nobel, por su retrato de la sociedad napolitana y sobre todo de la mujer italiana en esos años y su lugar en la sociedad. Es cierto que gran parte de la responsabilidad del boom en torno a ella ha sido debida al misterio en torno a su identidad. Pero al leerla uno se da cuenta de que es un boom justificado. 

“Las palabras para él le causan desmemoria, borran de estas sábanas todo rastro del amor conyugal. Habla de él y al hacerlo lo llama para que venga aquí, lo imagina abrazado a ella, y como se ha olvidado de sí misma no detecta infracción ni culpa. Se abre, me dice cosas que le convendría guardarse”.

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