¿Cuál es nuestro precio?
Sinceramente pienso que es la verdadera cuestión que define los destinos de una persona..., o al menos de aquellas que vivimos, aparentemente, en este primer mundo y que nos ofrece -con algún que otro apuro- la posibilidad de no tener que actuar bajo el yugo de la esclavitud ni la presión vital que implica buscarse, con la urgencia de los animales, algo que llevarse a la boca; en estos casos extremos de supervivencia debemos entender los nacidos por fortuna en este mundo que en el otro (o en el nombre del otro) puedan cometerse atrocidades..., ya que ningún ser humano, y menos aún el más pobre y peor tratado, debe olvidar que llegó a la tierra para vivir como hacemos nosotros porque, salvo los estúpidos problemas de quita y pon que nos colocamos gustosamente sobre nuestros hombros, podemos asegurar que tenemos todas las herramientas para ser felices.
Por eso no entiendo el comportamiento de ciertas personas. No entiendo cómo, por un fajo de dinero, pueden mercadear con su opinión o su propia línea de pensamiento, ya que son los únicos tesoros que podrán llevarse a la tumba.
No sé cómo pueden hacer éstos para ser rojos un lunes por la tarde y fachas el domingo por la mañana, presumir de hembras sobre una mesa y darse golpes en el pecho por el nacimiento de su tercer hijo; ir a trabajar por dos duros cada mañana y quejarse del jefe, crónicamente, cada vez que abandonan su trabajo para orinar...
Imagino que ocurre por la necesidad que hay en estos tiempos de estar en el sitio, de dejarse ver, de ser alguien por encima de todo a costa de nosotros mismos y nuestras más profundas convicciones.
Seguramente tenía razón el Chozas de Jerez (ese viejo y auténtico cantaor flamenco) cuando decía que la vida no estaba hecha para perder el tiempo haciéndose preguntas o buscando respuestas....Y digo yo que para llevar a cabo este planteamiento sólo basta con ser fiel a uno mismo y no traspasar nunca -menos aún por el humo disfrazado de dinero- la línea roja con la que venimos todos.
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